"Una última noche. De eso se trata la última película que hizo. De la última noche de un legendario programa de radio en vivo. De finales, de muerte, de separaciones, conclusiones, rupturas y de decisiones que la vida toma por los seres humanos sin pedirles muchas opiniones. A Prairie Home Companion está ahora en medio de la promoción para las postulaciones al Oscar y su director, Robert Altman, el autor de más de 80 películas estrenadas en más de 40 años de carrera artística, no estará para ver cómo resulta su relación con el premio que siempre lo dejó de lado. El pasado lunes el cineasta estadounidense, que fue comparado con Fellini, Welles y Stroheim, falleció en un hospital de Los Angeles, a sus 81 años, por causas no reveladas.
Con una voz crítica siempre lanzó opiniones duras sobre la industria cinematográfica o la política de su país y con su estilo fílmico particular intentó retratar instantes con una gran sensación de realidad y de dispersión. "No puedo hacer otra cosa que lo que hago. Si tratara, fracasaría", dijo en su ciudad natal, Kansas, en 2001.
Altman llegó al éxito cinematográfico tardíamente, a los 45 años.
En 1970 se estrenó su tercera película, una de las más aclamadas de toda su carrera, tanto por la audiencia como por la crítica: M.A.S.H., una sátira bélica sobre Corea.
Su método de rodaje le trajo algunos problemas con los actores Elliot Gould y Donald Sutherland, que se quejaron de que la historia se centraba en personajes paralelos a los suyos. Años después Gould reconoció estar equivocado y no "haber entendido la búsqueda permanente de Altman por conseguir el momento imperfecto".
Ya antes había tenido problemas con personas del medio por su forma de comandar la filmación.
En 1968, cuando dirigía Count down, fue despedido por Jack Warner, familiar de los famosos hermanos. "Me llamó y me dijo que no volviera al día siguiente, que el guardia tenía orden de no dejarme entrar al estudio. Él dijo: `Ese tonto tiene a todos los personajes hablando al mismo tiempo", contó el cineasta en una entrevista.
"No quiero que se entienda todo –el sonido, las imágenes–, lo que trato de presentar es algo sobre lo que la audiencia tenga que trabajar un poco. Tienen que invertir algo.
Uno no oye todo lo que alguien dice en la vida real. ¿O sí? Tal vez no estás escuchando, o estás distraído.
Esa es la ilusión que quiero. Es una forma de hacer que la audiencia se involucre y participe".
La crítica cinematográfica de The New Yorker, Pauline Kael, dijo una vez: "Altman tiene que introducir un elemento de riesgo que supera los riesgos que todos los directores toman".
Esos atrevimientos del director incluían, como firma de autor, la utilización de grandes elencos que llevaban el rumbo de la historia a través de relatos distintos. 40 actores en Nashville, 48 en A Wedding, 40 en Short Cuts y más de 60 en Prêt à-Porter y The Player demuestran que el cineasta disfrutaba diluyendo lo que quería contar en la realidad de varios personajes, una forma de acercarse a la incertidumbre y diversidad de la vida real.
"El arte de Altman, como el de Fred Astaire, es el gran arte americano de hacer a lo imposible parecer fácil", dijo en otra ocasión Kael.
Auge, caída y augeLuego del triunfo de M.A.S.H., Altman entró en el grupo del "renacimiento de Hollywood", como llamó Diane Jacobs a una generación de directores compuesta por Arthur Penn, Francis Ford Coppola, John Cassavetes, Martin Scorsese, Stanley Kubrick, que reformuló esquemas narrativos y estructurales del cine entre las décadas de los años 60 y 70.
Hizo varias cintas que fueron reconocidas, nunca a los niveles de su sátira de la Guerra de Corea. Pero su caída, dentro del gran mundo hollywoodense, llegó con Popeye.
Como fue constante en la carrera del director, luego del fracaso llegó un resurgimiento. En 1992, con The Player, logró matar dos pájaros de un tiro: ganar de nuevo alabanzas de la crítica y respeto de la audiencia, y poner su mirada crítica sobre Hollywood. Luego siguió una adaptación de las historias cortas de Raymond Carver, Short Cuts, y la fracasada, en cuanto a taquilla y reseñas, Prêt-à-Porter.
Resurgió con fuerza en 2001 con Gosford Park, una comedia negra sobre la sociedad inglesa que mezclaba el misterio de un asesinato –al estilo de Agatha Christie– y las marcadas diferencias sociales entre la servidumbre y la clase alta. Ese año su cinta ganó un Oscar a Mejor Guión, estatuilla que nunca le otorgó la Academia –sólo en su versión honorífica y un año antes de su muerte– a pesar de haberlo postulado 5 veces en la categoría de Mejor Director y dos en la de Mejor Película, como productor.
Cuando en la edición pasada de los premios de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas el director sostuviera el único Oscar que recibió en vida, dijo, sin emoción evidente en su rostro: "Veo esto como el nudo que ata a todas mis películas porque, para mí, lo que he hecho ha sido un solo y largo filme.
Y sé que a algunos de ustedes les han gustado algunas secciones de él y a otros... no importa, está bien"." (
el nacional)
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