jueves, noviembre 30, 2006

Un análisis de Colette Capriles sobre la dinámica electoral venezolana

"Y por eso digo que esta será la fiesta del voto oculto. No sólo en el sentido acostumbrado del adjetivo, es decir, referido al efecto enmascarador del miedo, sino por el caudal de indecisos o escépticos que impulsados por la polarización podría moverse hacia alguna opción, y tengo para mí que no poco de ése será voto oculto chavista. O sea, gente que no airea públicamente su preferencia por el gobierno militar. Digo esto porque si no, no se explica una inconsistencia que las encuestas han mostrado a lo largo del año, a saber, que la gente piensa en general que éste ha sido un gobierno malísimo, pero sigue votando milico. Claro que todo puede explicarse por una actualización del espíritu monárquico que se sintetizaba en el grito de "Viva el Rey, abajo el mal gobierno", pero diría que hay que añadirle un ingrediente extraído del corazón mismo de nuestra modernidad "comprada", de ese traje de alquiler que trajo el petróleo: el individualismo sentimental, si se me permite la expresión, que me hizo descubrir un taxista de origen español en una carrera hacia el corazón de las tinieblas, en el Centro Simón Bolívar.

Después de quejarse reciamente de la invasión de buhoneros y sus consecuencias para el ejercicio de su sufrida agenda automotriz, el conductor procedió a sentenciar que, asimismo, Chávez había hecho a favor de los pobres lo que otros nunca, mientras le parecía inverosímil (y ofensiva) la insinuación, musitada desde el asiento trasero, de que ello se relacionara con restricciones políticas y exclusiones identitarias.

En esa conclusión por reflejo, completamente cruda, que el buen gallego me ofrecía, quedaba claro que lo que le atraía de la ecuación era que por fin había en Miraflores alguien que se ocupara del lumpen, de esos pobres hasta ahora abandonados, mostrando que el gendarme resultaba más necesario que nunca, y facilitando así una ficción borrosa de paz social y reivindicación histórica (aún a costa de la pérdida de la armonía política). Resguardado entonces en su sentimentalidad, cualquiera puede renunciar a su vida republicana y abandonar su compromiso con el perfeccionamiento de la sociedad o de sí mismo, porque de lo malo se está ocupando el todopoderoso.

Qué alivio.

De pronto esto explica también la paradoja de la "anarquía totalitaria" que este gobierno ha creado: la convivencia monstruosa del afán de control total con la ausencia total de control. Diseñada originalmente para consolidar adhesiones, la paradoja ha terminado por trenzarse hasta ahorcar cualquier lógica institucional, convirtiéndose en una forma más letal de la ley del embudo." (el nacional)

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