lunes, julio 30, 2007

Una pérdida del mundo cultural: muere director cinematográfico sueco Ingmar Bergman

Hoy nos despertamos con la noticia de la muerte de director sueco Ingmar Bergman.

Habría que ver cómo se plantea este problema en tiempos de revolución: alienados, condenados, sometidos o por fuerza de la inercia, el público venezolano concentra su consumo cinematográfico en la oferta de las salas comerciales, con los circuitostos cinex y cines unidos ofreciéndonos Hollywood y sus satélites durante todo el año, con los festivales europeos o norteamericanos independientes y sus películas de un par de años atrás incluidos.

Suele ser, de hecho, un gesto por el cual se aspira ganar reconocimiento de los amigos, fama de cinéfilo o un escalafón mayor en el alcance cultural del individuo cuando se decide a ir a la cinemateca nacional o se compra algún dvd-ya que no se cuenta ahora con la opción de la selección clásica del Video Color Yamín de Altamira- para ver algunas de las joyas clásicas de cine.

Y es en esta categoría en la que, inequívocamente, podemos incluir las películas de Ingmar Bergman. Podemos hablar del Séptimo sello, de las Fresas salvajes o de cualquier de las obras de su filmografía y podríamos, no hay duda, demostrar que por lo menos una mano de barniz cultural hay sobre nosotros.

Y no será mera construcción de mercadeo ya que, más allá del nombre que ha ganado Bergman, basta ver las películas para encontrarse con el trabajo de un creador que apunta, como los grandes, a las cuestiones últimas y su compresión: la pasión, el dolor, la forma como vivimos rodeados de historias y las maneras que hay para contarlas.

Errata: originalmente, por un error involutario pero inexcusable, esta entrada atribuía al maestro Bergman Las fresas de la amargura, cuando en realidad nos referíamos a Las fresas salvajes. Agradecemos a nuestra amiga Níyume, quien amablemente nos hizo la observación y aprovechamos para invitarlos a visitar su blog, Apuntes mercurianos.

Ofrecemos nuestras sentidas disculpas a nuestros lectores y a los seguidores y admiradores del trabajo del maestro Bergman.

Hoy nos despertamos con la noticia de su muerte y reivindicamos, con convicción, el poder del arte como un medio para la reflexión verdadera, para la reflexión relevante, un amuleto contra las mezquidades del día día.

Hoy recordamos que, no hay mérito mayor para un artista: que más allá de lo efímero de su vida -siempre marcada por la geografía, la historia, entre otras limitaciones- la obra persiste por sí misma, "camina sola", y está allí esperando, para que en algún futuro de carros voladores y hogares marcianos o lunares, alguien la contemple y pueda entender un poco más acerca de su esencia humana.

¡Salud por el arte!

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miércoles, julio 25, 2007

Unas joyas de sabiduría revolucionaria: los últimos días venezolanos en citas de los líderes bolivarianos (y nuestros comentarios)


Las frases:

1)Hugo Chávez Frías, presidente eterno de Venezuela, sobre las medidas a tomar frente a extranjeros que hablen en Venezuela cosas que le incomoden: "Hay que ponerlos, con todo respeto, en Maiquetía"

2)Hugo Chávez Frías en Aló, presidente, frente al reclamo de un ciudadano: "A mí no me engaña nadie"

3)Cilia Flores, presidenta de la Asamblea Nacional Vacacional -por la Ley habilitante- de Venezuela, sobre el trabajo de Hugo Chávez con su propuesta de reforma constitucional: "El presidente le está poniendo su "toque técnico" a los artículos"

4)Jose Vielma Mora, director del organismo tributario Seniat: "Pago muy bien Impuesto Sobre La Renta. El año pasado pagué 105 millones"

5)Jose Vielma Mora, director del organismo tributario Seniat: "Me parto el lomo trabajando"

6)Jose Vielma Mora, director del organismo tributario Seniat, sobre la fiscalización abusiva y compulsiva a las clínicas privadas: "Deberían tomarlo como una auditoría externa y gratuita"

... y los comentarios

1)Importante la aclaratoria del respeto. Así, con respeto, se reelegirá indefinida o continuamente, con respeto disolverá los poderes públicos que osen disentir, con respeto va a proponer una reforma constitucional que es un extreme makeover.

2)Entonces, ¿se acabaron las excusas corriendo a la arruga a los ministros? ¿Es responsable el presidente a prueba de engaño de todos los casos de corrupción?

3)¿Será que el toque técnico es mejor que la caída de la inefectiva rabo 'e cochino del presidente?

4)¿Y cuánto gana Vielma Mora por su abnegado sacrificio revolucionario?

5)Por un sueldo cuyo equivalente en impuesto es 105 millones sería lo mínimo, ¿o no?

6)¿Y será que hay que darle propina para completar el sueldito revolucionario?

Extra: ¿Qué pensará el amigo Vielma Mora de la ya olvidada propuesta del inefable Luis Tascón sobre colocar un tope al salario mensual a los funcionarios gubernamentales de 3 millones de bolívares?


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jueves, julio 19, 2007

Un golpe bajo a la risa: muere el "Negro" Roberto Fontanarrosa (comentario, relato y Pampita)

En medio del mundo actual de complicaciones por células madres, norcoreanos e iraníes jugando con fuego nuclear, chinos vendiendo hasta sus incalculables madres para soportar su economía, amenazas bacteriológicas amparadas en el Corán, el club de los socialistas gozones latinoamericanos, sus delirios y otras desviaciones, el humor es sin duda un elemento indispensable para mantener un cierto norte.

Y, no ha duda, hay humor y hay Humor.

Están dos o tres diálogos iluminados de Friends, capítulos enteros de Seinfeld, Los Simpsons, Cheers, Mad about you, las películas de los Monty Python o los hermanos Marx entre las expresiones populares. Pero está también esa complicada apuesta por el humor intelectual, el humor sofisticado.

¡Si lo sabremos en Venezuela! La cuna de Leoncio Martínez, de Aquiles Nazoa, de Pedro León Zapata. También tenemos uno que otro "humorista-a-juro", pero será objeto de otra entrada.

Lo cierto es que aspiramos que este largo preámbulo haya servido para poner en contexto la trsite noticia de la muerte de Roberto Fontanarrosa, humorista argentino. Efectivo en la salida ocurrente, muy efectivo en géneros ya literarios como el relato.

Como vemos, un verdadero golpe bajo a nuestras sociedades tan necesitadas del alivio que provoca el humor para la crítica inteligente, para la parodia, para mirar todo desde un punto de vista diferente, desacralizarnos y reírnos de nosotros mismos.

No queremos regodearnos en la pena, así que, cortesía de Abanico, publicación de la Biblioteca Nacional de la República Argentina -que de repente en alguna dimensión los petrodólares venezolanos financian como a Sancor- presentamos uno de sus relatos más apreciados "El mundo ha vivido equivocado" en el cual, por medio de un aparentemente simple e inocuo diálogo entre dos amigos que conversan sobre un "día perfecto", nos descubrimos en mucha de la esencia común que tenemos como latinoamericanos. (la mina, en nuestra "edición", es Pampita)

¡Salud por el humor!



"El mundo ha vivido equivocado"

—¿Sabés cómo sería un día perfecto? —dijo Hugo tocándose, pensativo, la punta de la nariz. Pipo me­neó la cabeza lentamente, sin mirarlo. Estaba abstraí­do observando algo a través de los ventanales.

—Suponete... —enunció Hugo entrecerrando algo los ojos, acomodándose mecánicamente el bigote, corriendo un poco hacia el costado el sexteto de tazas de café que se amontonaba sobre la mesa de nerolite-... que vos vas de viaje y llegás, ponele, a una isla del Caribe. Qué sé yo, Martinica, ponele, Barbados, no sé... Saint Thomas.

—¿Martinica es una isla? —preguntó Pipo, aún sin mirarlo, hurgando con el índice de su mano izquierda en su dentadura.

—Sí. Creo que sí. Martinica. La isla de Martinica.

Pipo aprobó con la cabeza y se estiró un poco más en la silla, las piernas por debajo de la mesa, casi to­cando la pared.

—Llegás a la isla —prosiguió Hugo—... Solo ¿viste? Tenés que estar un día, ponele. Un par de días. Entonces vas, llegás al hotel, un hotel de la gran puta, cinco estrellas, subís a la habitación, dejás las cosas y bajás a la cafetería a tomar algo. Es de mañana, vos llegaste en un avión bien temprano, entonces es media mañana. Bajás a tomar algo.

—Un jugo —aportó Pipo, bostezando, pero al pare­cer algo más interesado.

—Un jugo. Un jugo de tamarindo, de piña...

—De guayaba, de guayaba —corrigió Pipo.

—De guayaba, de esas frutas raras que tienen por ahí. Calor. Hace calor. Vos bajás, pantaloncito blan­co livianón. Camisita. Zapatillitas.

—Deportivo.

—Deportivo.

—Tipo tenis.

—No. No. Ojo, pantaloncito blanco pero largo ¿eh? No short. No.

Largo. Livianón. Bajás... Poca gente. Música sua­ve. Cafetería amplia. Te sentás en una mesa y... se ve el mar ¿No? Se ve el mar. El hotel tiene su playa pri­vada, como corresponde. Poca gente. Poca gente. No mucha gente. No es temporada. Porque tampoco vos vas de turismo. Vos vas por laburo. Una cosa así.

—Claro. —Pipo aprobó con la cabeza y saludó con un dedo levantado al Chango que se iba con una rulienta.

—Entonces ahí —Hugo estiró las sílabas de esas palabras anunciando que se acercaba el meollo de la cuestión—... a un par de mesas de la mesa tuya: una mina, sentadita. Desayunando.

—Sola —por primera vez Pipo mira a Hugo, frun­ciendo el entrecejo.

Hugo arruga la cara, dudando.

—Sola... o con un macho. Mejor con un macho ¿viste? Pero, la mina, te juna. Te marca. No alevosa­mente, pero, registra. La mina, muy buena, alta rubia, ojos verdes, tipo Jacqueline Bisset.

—Me gusta.

—La mina, poca bola. Marca de vez en cuando, pe­ro poca bola.

—Jacqueline Bisset no es rubia.

—¿No es rubia? ¿Qué es? Castaña.

—Sí, castaña, castañona.

—Bueno... Pero ésta es rubia. Remerita azul, pantaloncitos blancos. Cruzada de gambas, fumando. Ha­blando con el tipo, recostada en el respaldo del silloncito. Esos silloncitos de caña.

—¿Silloncitos de caña? ¿En una cafetería? —dudó Pipo.

—Bueno, no —admitió Hugo—. Uno de esos comu­nes. O como éstos —giró un poco el torso y pegó dos tincazos cortos contra el plástico de un respaldo—. Pe­ro con apoyabrazos ¿me entendés? Porque la mina es­tá estirada, así, para atrás, medio alejada de la mesa. Mirando al tipo, cruzada de gambas. O sea, queda de perfil a vos. Pero... ¿qué pasa?

—¿Qué pasa?

—La mina se aburre. Se nota que se aburre. El tipo chamuya algunas boludeces y la mina hace así con la cabeza —Hugo imita gesto de asentimiento— pero se nota que se hincha las pelotas.

—Y claro, loco...

—Entonces, entonces... —Hugo toca levemente el antebrazo de Pipo llamando su atención— Vos empezás a hacerte el bocho. Con la mina. ¿Viste cuando vos empezás a junar a una mina y no podés dejar de mirarla? ¿Y que entrás a pensar: "Mamita, si te aga­rro"? Vos te empezás a hacer el bocho. Claro, te ha­cés el boludo...

—Porque está el macho.

—No. Pero el macho no calienta. Porque está de espaldas. No te ve. No te ve. Vos te hacés el boludo por si la mina mira. Cosa de que no vaya a ser cosa que mire y vos estás sonriendo como un boludo, o que le hagás una inclinación de cabeza...

—O que se te esté cayendo un hilo de baba sobre la mesa.

—Claro, claro —se rió, definitivamente entusiasma­do con su propio relato Hugo, haciendo gestos elo­cuentes de refregarse la boca con el dorso de la mano y limpiar la mesa con una servilleta de papel—. No. No. Vos, atento, atento, pero digno. Tipo Mitchum. Ti­po Robert Mitchum.

—Bogart, loco. Vamos a los clásicos.

—Sí. Una cosa así. Fumando el hombre. Medio en­trecerrados los ojuelos por el humo del faso. Un duro.

—Sí. A esa altura yo ya estaría duro.

—También. También. Pero con dignidad —senten­ció Hugo—. Porque por ahí te tenés que levantar y te­nés que salir encorvado como el jorobado de Notre Dame y ahí se te va a la mierda el encanto. Cagó el atraque. No. Vos, en la tuya. Juguito, un par de sorbos vichando por encima de las pajitas ésas de colo­res...

—Los sorbetes.

—Los sorbetes. Una pitada. Mirando de vez en cuando al mar. Pero vos siempre atento a la rubia que balancea lentamente la piernita y a vos...

—A vos te corre un sudor helado desde la nuca...

—Desde la nuca hasta el mismo nacimiento de los glúteos. Y una palpitación en la garganta... ¿viste? como los sapos. Que se les hincha la garganta.

—Lindo espectáculo para la mina si te mira.

—No pero eso te parece a vos desde adentro —Hugo golpea con uno de sus puños contra su pecho—. No. Vos, un duque. Un duque. Y... ¿viste? ¿Viste cuan­do vos decís: "Viejo, si esta mina me da bola yo me muero. Me caigo al piso redondo" Y que medio agra­decés que la mina esté con un macho porque te saca de encima el compromiso de tener que atracártela. Pe­ro por otro lado vos decís: "¿Cómo carajo no me le voy a tirar, si esta mina es un avión, un avión?" ¿Vis­te?

—Típico.

—Pero vos, claro, perdedor neto, también pensás: "Esta mina, ni en pedo me puede dar bola a mí". Por­que es una mina de ésas de James Bond, de ésas bien de las películas. Un aparato infernal. Digamos, todo el hotel es de las películas. Con piletas, piscinas, par­ques, palmeras, cocoteros, playa privada...

—Catamaranes.

—Surf, grones, confitería con pianista, negro tam­bién. Una cosa de locos. Entonces vos decís: "Esta mina no me puede dar bola en la puta vida de Dios". Pero, pero...

—Al frente —indicó Pipo, con la mano.

—¡Al frente, sí señor! —se enardeció Hugo—. Al frente. Y por ahí, por ahí... el tipo se levanta.

—El tipo que está con la mina.

—El tipo que está con la mina se levanta y se pira. Le da un besito en la boca, corto, y se pira. A vos medio se te estruja el corazón porque pensás: "si el tipo éste la besó en la boca, es el macho. No hay duda".

Pipo meneó la cabeza, dudando.

—Porque uno siempre al principio tiene esa espe­ranza —prosiguió Hugo—, "Puede ser el hermano", piensa, "un amigo" "o el tío", que sé yo...

—O una tía muy extraña que se viste de hombre.

—También.

—Una institutriz de esas alemanas. Muy rígidas —documentó un poco más su aporte Pipo.

—Claro. Claro. Pero cuando el tipo le zampa un be­so en la trucha ya ahí medio que se te acaban las po­sibilidades —Hugo se corta. Se queda pensando—. Aunque viste cómo son los yanquis. Se besan por cualquier cosa —aclara—. Ahí viene una mina y te da un chupón y es cosa de todos los días.

—¿Sí?

—Sí. Bueno, bueno. La cuestión que la mina se ha quedado sola en la mesa. El tipo se piró. Se fue. Y la rubia está en la mesa, mirando el mar. Balanceando la piernita. Y ahí te agarra el ataque. Ahí te agarra el ataque. ¡Está servida, loco! Sola y aburrida. Rebuena, para colmo.

—¡Qué te parece!

—Claro, primero vos esperás. Te hacés el sota y esperás. Porque en una de esas vuelve el marido. O el tipo ése que estaba con ella y es un quilombo. Enton­ces vos te quedás en el molde. Y te empieza a laburar el marote de que si te vas y te sentás con ella. ¿Qué carajo le decís?

—Y además la mina habla en inglés.

—No sé. No sé. Eso no sé —vacila Hugo.

—¿La mina no es norteamericana?

—No sé. Porque vos no la escuchás. Vos la viste que está ahí chamuyando con el tipo pero no escuchás en qué habla.

—Y... si habla en inglés te caga.

—Sí, sí —admite Hugo, turbado— pero esperá...

—Bah. Si habla en inglés, o en francés o en ruso, te caga.

—Pará, pará.

—Vos inglés no hablás, que yo sepa.

— ¡Pará, pará! —se enoja Hugo.

—Porque nosotros, acá, porque manejamos el verso, pero si te agarra una mina que no hable castellano...

—Oíme boludo. Pará. ¿Vos sos amigo mío o amigo de la mina? La mina puede ser francesa, por ejemplo, y saber un poco de castellano.

—O española —simplifica Pipo—. La mina es espa­ñola.

—¡No! Española no. Dejame de joder con las espa­ñolas.

—¿Por qué no?

—Las españolas son horribles. Tienen unos pelos así en las piernas.

—Sí, mirá la Cantudo.

—No, no —se empecina Hugo—, dejame de joder con la Cantudo. La mina es una francesa tipo, tipo...

— ¿Por qué no la Cantudo?

—Tipo... ¿Cómo se llama esta mina? —Hugo gol­petea con un dedo sobre el nerolite.

—Romy Schneider.

—No. No. Esta mina que canta...

—A mí dejame con la Cantudo y sabés...

—¡No rompás las bolas con la Cantudo! ¿Cómo se llama esta mina? —Hugo señala con el dedo a Pipo, ya cabrero— Mirá, el día que vos me vengas con tu día perfecto, muy bien, que la mina sea la Cantudo. Pero yo te estoy contando mi día. Además esta mina es rubia.

—Bueno —aprueba Pipo, reacomodándose algo en la silla—. La próxima vez que me cuentes tu día per­fecto, vos quedate con la rubia. Pero que la rubia esté con la Cantudo y salimos los cuatro. Así...

—Está bien, está bien —concede Hugo sin dejar de rebuscar en su memoria— ¡Françoise Hardy! ¡Françoise Hardy! Un tipo así.

—Tampoco es del todo rubia.

—Bueno, pero de ese tipo. De cara medio angulosa. Jetona. Más rubia, eso sí. Y con esa voz así... pro­funda.

—Oíme —cortó Pipo—. Si no la escuchaste hablar. Decías...

—La mina es francesa —se embaló Hugo—. Pero ha­bla castellano porque ha vivido un tiempo en Perú. ¿Viste que los franceses viajan mucho a Perú?

—¿Sí? —se interesa Pipo—. Se acomoda definitiva­mente erguido en la silla, gira y con un gesto pide otro café a Molina, el morocho, que está descansando con­tra la barra, aprovechando la poca gente de las once de la noche.

—Claro. Porque esta mina es una mina del jet-set. Una arqueóloga o algo así, que viaja por todo el mun­do.

—Una cosmetóloga.

—O dirige una línea internacional de cosmética. Una línea suiza de cosmética —sopesa Hugo—. O dise­ña moda. Habla varios idiomas. Y entonces habla cas­tellano con un acento francés, arrastra las erres...

—Como el dueño del hotel donde para Patoruzú —ejemplifica Pipo.

—Eso. Y tiene una voz profunda. Medio áspera. Co­mo Ornella Vanoni.

—Ajá, ajá. Me gusta —aprueba Pipo, dispuesto a co­laborar mientras se echa algo hacia atrás para permi­tir que Molina le deje, sin una palabra, un café, un va­so de agua, tire otros saquitos de azúcar junto al ceni­cero y apriete un nuevo ticket bajo la pata del servi­lletero.

—La cuestión es que la mina se quedó sola en la mesa, fumando —recupera el hilo Hugo— y vos estás ahí, haciendote el bocho, viendo cómo carajo hacés para atracártela. Para colmo todavía no sabés en qué carajo habla esta mina. Entonces, entonces, empezás a junar las pilchas, los zapatos, la remera, los ciga­rrillos que la mina tiene sobre la mesa para ver si di­cen alguna marca, algún dato que te bata más o me­nos de dónde es la mina. La mina llama al mozo. Pa­ga su cuenta. Vos ahí parás la oreja para ver si agarrás en qué habla, pero la mina habla en voz baja, como se habla en esos ambientes internacionales...

—Además la mina con esa voz profunda que tie­ne... —Pipo ha terminado de sacudir rítmicamente la bolsita de azúcar y se dispone a arrancarle uno de los ángulos.

—Claro. Agarra un bolso que tiene sobre otro si­llón y ahí... ahí... Primero... —se autointerrumpe Hugo— cuando se para, ahí te das cuenta realmente de que la mina es un avión aerodinámico. De esas mi­nas elegantes, pero que están un vagón. De ésas flacas pero fibrosas, ésas que juegan al tenis y que vos les tocás las gambas y son una madera. Entonces ahí, en tanto la mina se acomoda el bolso sobre el hombro y agarra los puchos y el encendedor de arriba de la me­sa...

—Los puchos son Gitanes —documenta Pipo.

—Claro. Los puchos son Gitanes y tiene ¿viste? ata­do a una de las manijas del bolso, un pañuelo de seda, fucsia. Bueno, ahí, cuando la mina se levanta. Se da vuelta. Y te mira.

—¡Mierda!

—Te mira ¿viste? —Hugo está envarado sobre la si­lla, tenso. Una mano en el borde del asiento y la otra sobre el borde de la mesa. Los ojos algo entrecerrados miran fijo en dirección a la ventana que da a calle Sar­miento—. Te mira un momentito, pero un momentito largón. Ya no es la mirada de refilón... eh... la mira­da de rigor de cuando uno mira a una persona que en­tra o que se te sienta cerca. No. No. Una mirada ya de interés. Profunda.

—Ahí te acabás.

—No. Vos... un hielo. Le mantenés la mirada. Se­rio. Sin un gesto. Como diciendo "¿Qué te pasa, ca­riño?". Claro, por dentro se te arma tal quilombo en el mate, se te ponen en cortocircuito todos los cables. "Uy, la puta que lo reparió, no puede ser", decís. "No puede ser. Dios querido". Pero le sostenés la mi­rada hasta que la mina da media vuelta y se va para la playa con el bolso al hombro.

—Y... —se sonríe Hugo— ¿Viste cuando las minas se dan cuenta de que las están junando, entonces caminan un poquito remarcando más el balanceo? —Hugo osci­la sus propios hombros y el torso— ¿así? La mina se va para la playa, despacito. Matadora. Claro. Vos estás paralizado en la silla, tenés la boca seca y si te mandás un trago del jugo te parece que tragas papel picado. Cualquier cosa parece. Te zumban los oídos.

—Te sale sangre por la nariz.

—No. No. Porque ya te recuperaste. Ya te recupe­raste —ataja Hugo—. Y ya empezás a sentir ¿viste? Esa sensación, esa sensación, ese olfato, esa cosa... de la cacería. ¿No? Para colmo, para colmo —Hugo vuel­ve a poner su mano sobre el antebrazo de Pipo para concentrar su atención.

—Ahá...

—Para colmo, la mina llega al ventanal, todo vidria­do. Porque la parte de la cafetería que da al mar es puro vidrio —asesora Hugo—. Entonces cuando la mina llega a la parte de la puerta donde ya sale a la parte de playa, que hay una explanada y después está la arena, se para. Se para en la puerta, ¿viste? Como deslum­brada por el sol. Y mira para todos lados. Busca algo adentro del bolso con un gesto como de fastidio...

—Los lentes negros.

—Algo así. Lo que pasa es que la mina está aburri­da. Y en eso, antes de salir ya del todo, gira un poco. Y te vuelve a mirar...

—Ahh... jajajá... —ríe nervioso Pipo.

—¿Viste cuando de golpe una mina te mira y vos no sabés...?

—Sí. Si te mira a vos o a alguien de atrás.

—Claro, claro, eso —se enfervoriza Hugo—. Que vos te das vuelta para ver si atrás no hay otro tipo, qué sé yo. Como para asegurarte.

—Sí, sí —se vuelve a reír Pipo.

—Pero no. La mina te vuelve a mirar a vos. Ya no tan largo, pero...

—Está con vos.

—Está con vos.

—La mina siempre seria —casi pregunta Pipo.

—Ah, sí. Sí. Seria. Juna pero ni una sonrisa. Los ojitos nada más. No. No se regala. Digamos...

—Insinúa.

—Eso. Insinúa... Entonces, vos, llamás al mozo. ¿Viste? —se divierte Hugo. Hace voz afónica— "Mo­zo"... No te sale ni la voz. Tenés la garganta seca. "Mozo". Firmás tu cuenta y ahí no más te mandás para la habitación. A los pedos.

—A la habitación.

—Claro. Porque vos ya viste que la mina se fue pa­ra la playa. O sea, la tenés ubicada y un poco la seguridad de que la mina se va a quedar ahí. Entonces vas a la habitación y te pones la malla, cazás una toalla. Una revista...

—Ah. Eso sí. Imprescindible. Un libro...

—Sí. Sí, sí. Un libro, una revista, cualquier cosa, para llevar debajo del brazo y salís rajando para la pla­ya cosa de que no vaya a aparecer algún otro y te primeree. Bajás y te mandás a la playa. Como siempre pasa, la primer ojeada que das, no la ves. Ahí te pu­teás, decís "¿Para qué mierda me fui arriba a cam­biar?". Y te desesperás. Pero por ahí la ves que viene caminando, entre alguna gente que hay, tomando una Coca Cola que ha ido a comprar. La mina te ve pero se hace la sota. Se tira por ahí, en una lona. No, en una de esas reposeras y se pone a tomar sol. Medio se apoliya.

—Ahí te cagó.

—No. Bueno. Al fin te la atracás —sintetiza Hugo.

—Ah no. ¡Qué piola! —se enerva Pipo—. Así cual­quiera. Es como en esas películas donde un tipo dice "me voy a atracar a esa mina" y después ya aparece con la mina, charlando lo más piola, encamado. Y no te dicen cómo el tipo se la atracó. Que es la parte jodida.

—Bueno. Pará. Pará —contemporiza Hugo—. Vos te quedás vigilando. Ves por ejemplo que no hay ningún peligro cercano. Ningún tipo, algún tiburonazo co­mo vos que ande rondando. O hay algún tipo con su mujer que vicha pero se tiene que quedar en el molde pero además vos viste cómo son estas cosas. Los yan­quis, los ingleses por ahí ven una mina que es una bes­tia increíble y no se les mueve un pelo. Ni se dan vuel­ta. No dan bola. No son latinos. Entonces vos ves que no hay peligro cercano y planeás la cosa. Vos tenés una situación privilegiada. Estás solo. Tenés tiempo. Tenés guita...

—No como acá.

—Claro. Además ahí no te juna nadie. No hay que­mo posible. Entonces por ahí te vas un poco al mar, nadás, hacés la plancha. Y cuando volvés ves que la mina está leyendo. En la reposera, pero leyendo. En­tonces vos, desde tu puesto de vigilancia, ni muy cer­ca ni muy lejos, te ponés también a leer. Por ahí te dan ganas, ¿viste? —Hugo busca las palabras—, de lar­gar todo a la mierda, cazar un bote, alquilar un cata­marán y disfrutar un poco en lugar de andar sufriendo por una mina que por ahí... Pero claro, cuando la mirás y por ahí la ves mover una piernita, sacudir un poco el pelo rubio se te queman todos los papeles. Te hacés el bocho como un loco. Se te seca de nuevo la garganta.

—Venís muerto.

—Lógico. En eso la mina se levanta y se va para un barcito que hay en la playa, muy bacán. Ese es el mo­mento, es el momento... Lo que vos me pedías que te explicara.

—Claro —parece que se disculpara Pipo— porque si no, es muy fácil...

—La mina va, se sienta en un taburete, debajo de esos quinchos, ¿viste?, como de paja, cónicos, pero grande, porque ahí está el bar. Y vos vas y te sentás al lado. Ya sin hacerte tanto el boludo, ya, ya en la lu­cha. Y ahí vas a los bifes. Le preguntás, por ejemplo "¿usted es norteamericana?" En un tono monocorde, casi digamos, periodístico. Sin sonrisitas ni nada de eso. Ahí la mina te mira un momento, fijamente y es cuando...

—Te cagás en las patas —dictamina Pipo.

—¡Claro! ¡Claro! Porque ése es el momento cru­cial. Ahí se juega el destino del país. Si la mina se hace la sota y mira para otro lado. O dice "sí" caza el vaso y se alza a la mierda, perdiste. Perdiste comple­tamente. Pero no. La mina te mira, dice: "Sí". "Sí ¿por qué?". Y se sonríe.

—¡Papito!

—¡Papito! ¡Vamos Argentina todavía! ¡Se viene abajo el estadio! —Hugo se sacude en la silla— ¿Viste esas minas que son serias, que no se ríen ni de casuali­dad, pero que por ahí se sonríen y es como si tuvie­ran un fluorescente en la boca? ¿Qué vos no sabés de dónde carajo sacan tantos dientes? Una cosa... —Hu­go estira la comisura de los labios con los dientes de arriba tocándose apretadamente con los de la fila inferior.

—Como la Farrah Fawcett.

—Sí. Que es una particularidad de las modelos —asesora Hugo— Están serias, de golpe le dicen "sonreí" y ¡plin! encienden una sonrisa de puta ma­dre que no sabés de dónde la sacan... Bueno, la rubia te mira, te dice "sí ¿por qué?" y...

—Te da el pie.

—Claro. Te da el pie, para colmo. Entonces vos de­cís "permiso", el barrio es el barrio, y te sentás en el taburete de al lado y entrás al chamuyo... —Hugo lle­va dos o tres veces el dedo índice de su mano derecha a la boca y lo hace girar hacia adelante como quien desenrolla algo. Pipo hace un gesto escéptico.

—Muy facilongo lo veo —dice.

—Lo que pasa es que la mina está con vos. Está con vos. La mina ya tiene decidido que te va a dar bo­la. No va a andar haciendo las boludeces de hacerse la estrecha o esas cosas. Es una mina que está en el gran mundo internacional y sabe lo que quiere. La mina va a los bifes. No se regala pero va a los bifes. Si le gusta un tipo le da pelota de entrada y a otra cosa.

—Eso es cierto. Esas minas son así.

—Entonces vos empezás el chamuyo. Ya tranquilo. Ya gozando la cosa porque sabés que la cosa viene bien, ya estás en ganador y medio que ya te estás ha­ciendo la croqueta pensando que te vas a llevar la ru­bia para la pieza del hotel y esas cosas. Ya entrás a disfrutar, ahí, vos, ganador. Garpás los tragos, tirás unas rupias sobre el mostrador al grone y te vas con la mina para las reposeras. La mina, claro, una bola bárbara. Y vos ves que los tipos te junan como di­ciendo "hijo de puta, se levantó el avión ése". Pero vos, un duque, fumás, te hacés el sota y la ves caminar a la rubia adelante tuyo, en la arena, ahí, el pantaloncito ajustado y pensás "Dios querido ¡Y esta mina es­tá conmigo!". Y bueno...

—Bueno —suspira Pipo, aflojando un poco la ten­sión. El peor momento ya ha pasado.

—En fin. Entonces escuchame como es la milonga. ¿No? La milonga del día perfecto. Al menos para mí. Primero, ahí, en la playa, con la rubiona. Un poco de natación, el mar, las olas. Alquilás un catamarán, te vas con la mina de recorrida. Y a eso de las seis, siete de la tarde, te mandás al bar y te das algún trago largo...

—Un ron Barbados.

—Puede ser. Puede ser. Fijate, fijate... —gesticula, calculador, Hugo—. Me gustaría más un gin-tonic. Un gin-tonic.

—Loco, eso pedilo en Mombasa, en algún boliche de ésos. Pero no te pidas un gin-tonic en un lugar así. Con esa mina...

—Grave error. Grave error. ¿Qué tomaban los tipos que aparecen en la novela de Hemingway, de ésas en el Caribe, Islas en el Golfo, por ejemplo?

—Bacardí.

—Bacardí ¡Y gin-tonic! Gin-tonic, mi amigo. Pero la cosa no es esa. No es que vos vayas a pedir tal o cual trago. No. La cosa es que no te des con algún tra­go que te tire a la lona. Tenés que tomar algo que más o menos sepas que te la aguantás. Algo que te achis­pe, que te ponga vivaracho pero que no te haga pelo­ta. Mirá si todavía que ya tenés la mina en casa te le­vantás un pedo que flameás o te descomponés y des­pués andás con diarrea, te cagás ahí en el lobby del hotel...

—Vomitás —se asqueó Pipo.

—Vomitás. Le vomitás las pilchas a la mina. Un asco. No. No. Por eso, por eso, pedís algo sobrio, que vos sabés que te la aguantás y que te ponga ahí, en el umbral de la locura para acometer el acto... el ac­to... el acto carnal. Además vos ves que el asunto viene sobrio. Sin espectacularidad. No te vas a pedir tam­poco uno de esos tragos que vienen adentro de un coco partido por la mitad, que adentro le meten flo­res, guirnaldas, guindas, que lo tomás con pajita. Eso es para las películas de Doris Day que todos bailaban en bolas al lado de la pileta...

—Doris Day. Qué antigüedad.

—No. Vos te pedís entonces un gin-tonic. La mina alguna otra cosa así. Ahí charlás un ratito. La mi­na muy piola. Muy bien. Muy agradable. Simpática.

—Muy bien la mina —certificó Pipo, como asom­brado.

—Sí. Sí. Una mina de unos 26, 27 años. No una pendeja. Casada. Bien en su matrimonio. Bien. Que sabe lo que está haciendo. La mina quiere pasar bien esa noche, y a otra cosa.

—Claro.

—Claro. Ninguna complicación. No es de las que te va a hacer un quilombo al día siguiente ni nada de eso. La mina sabe cómo son estas cosas.

—No. No se te va a venir a la Argentina tampoco.

—¡Nooo! ¡No! No es de ésas que agarran el teléfo­no y te dicen "Arribo a Fisherton mañana". Y se te arma tal despelote. No nada de eso. Entonces...

—Entonces.

—Entonces, son como las siete, las ocho de la tar­de —el relato de Hugo se hace moroso— Te vas con la rubia a la habitación del hotel.

—¿A la tuya o a la de la mina?

—A cualquiera. Allá no es como acá que por ahí te agarra el conserje y no te deja entrar con la mina en la pieza. Allá no hay problemas. Te vas con la mina a la habitación. No. Mejor le decís a la mina que vaya a su habitación. Vos vas a la tuya y te das una buena ducha.

—Te sacás toda la arena.

—Claro, te sacás la arena. Los moluscos que te ha­yan quedado pegados. Y te vas a la pieza de ella. —Hugo hace un pequeño silencio contenido. Y bueno. Ahí, viejo ¿para qué te cuento? —sigue—. Te echás veinte, veinticinco polvos. Cualquier cosa.

—¿Veinticinco, che? —duda Pipo.

—Bueno... Dejame lugar para la fantasía. Bah... Te echás cinco, seis. De esas cosas que ya los dos úl­timos la mina te tiene que hacer respiración boca a boca porque vos estás al borde del infarto...

—Sí. Que ya lo hacés de vicioso.

—Claro. Pero que te decís: "Hay un país detrás mío." No es joda.

—Muy lindo, che. Muy lindo —aprueba Pipo, que se ha vuelto a repantigar en la silla y manotea, distraído, el paquete de cigarrillos.

—No. No —le llama la atención Hugo—. No. Aho­ra viene lo interesante. Porque yo te digo una cosa. Te digo una cosa... eh... Pipo. Te digo una cosa Pipo: El mundo ha vivido equivocado. El mundo ha vivido equivocado. Yo no sé por qué carajo en todas las pe­lículas el tipo, para atracarse la mina, primero la invi­ta a cenar. La lleva a morfar, a un lugar muy elegante, de esos con candelabros, con violinistas. Y morfan co­mo leones, pavo, pato, ciervo, le dan groso al cham­pán mientras el tipo se la parla para encamarse con ella. Yo, Pipo, yo, si hago eso... ¡me agarra un apoliyo! Un apoliyo me agarra, que la mina me tiene que llevar después dormido a mi casa y tirarme ahí en el pasillo. O si no me apoliyo me agarra una pesadez, un dolor de balero. Eructo.

—Y eso no colabora.

—No. Eso no colabora —Hugo se pega repetidamen­te con la punta de los dedos agrupados en la frente—. ¿A quién se le ocurre, a quién se le ocurre ir a enca­marse después de haber morfado como un beduino? Es como terminar de comer e ir a darte quince vuel­tas corriendo alrededor del Parque Urquiza. Hay que estar loco.

—Sí. Es cierto.

—Por eso te digo. El mundo ha vivido equivocado. Yo no sé cómo hacían los galanes esos de cine que se iban a encamar después de comer.

—Es la magia del cinematógrafo, Hugo. Hay que ad­mitirlo.

—Pero en este día perfecto que te digo yo —pun­tualiza, orgulloso, Hugo— vos terminás de echarte los quince polvos con la rubia, te levantás hecho un duque. Te pegás una flor de ducha, cosa de quitarte de encima los residuos del pecado y ¿qué te pasa? Te­nés un hambre de la puta madre que te parió. ¡Lo­co! No comés desde el desayuno. Acordate que no co­més desde el desayuno que picaste alguna boludez. Y después no almorzaste porque un tipo que está de ca­cería no puede permitirse andar con sueño y hecho un pelotudo. Entonces, entonces... imaginate bien, eh. Prestá atención. Te empilchás livianito, la mina también. Ya es de noche, te has pasado cerca de tres horas cogiendo y la luna se ve sobre el mar. Está fresquito. No hay ese calor puto que suele haber acá. Ahí refresca de noche. Vos abrís bien las puertas de vidrio que dan al balconcito y desde abajo se escucha la música de una orquesta que es la que anima el bai­longo que se hace abajo, porque hay mesitas en los jardines, entre las palmeras y ahí los yankis cenan y esas cosas. Vos no. Vos como un duque, pedís el morfi en la habitación. ¡Imaginate vos! —Hugo reclama más atención de parte de Pipo— Vos ahí te sentís Gardel. Acabás de encamarte con una mina de novela. Estás en un lugar de puta madre, tenés un hambre de lobo. Sabés que tenés todo el tiempo del mundo para comer tranquilo. La mina es muy piola y agradable y no te hace nada, al contrario, te gratifica que ella se quede con vos después de la sesión de encame. No es de esas minas que después de encamarte tenés unas ganas locas de decirle "nena, ha sido un gusto haberte conocido; ahora vestite y tómatela que tengo un sue­ño que me muero y quiero apoliyar cruzado en la ca­ma grande". No. La mina es un encanto. Entonces te hacés traer un vino blanco helado, pero bien helado de esos que te duelen acá —Hugo se señala entre las cejas— ¡Bien helado!

—¡Papito!

—Porque también tenés una sed que te morís. Te has pasado todo el día en la playa, bajo el sol. Y ade­más después de un enfrentamiento amoroso de ese tipo si no tenés a tiro un buen vino blanco pronto ca­paz que te chupás hasta el bronceador.

—La crema Nivea.

—Y ahí te sentás con la rubia —Hugo se arrellana en su silla, hace ademán de apartar las cosas de la mesita— y le entrás a dar a los mariscos, los langostinos, la langosta, algún cangrejo, con la salsita, el buen pancito. Pero tranquilo, eh, tranquilo... sin apuro. Mi­rando el mar, escuchando el ruido del mar. Sos Pelé. Sos Pelé.

—Alguna que otra cholga —aventura Pipo.

—Sí, señor. Alguna que otra cholga. Pulpo. Mucho pulpito. Y siempre vino ¿viste? Le das al blanco. Sin apuro. Ahí es cuando entrás a charlar con la mina de cosas más domésticas. De la casa. De la familia. Cuan­do ya no es necesario hacer ningún verso.

—Cuando ya te aflojás.

—Claro. Ese momento es hermoso. Entonces le contás de tu vieja. De tus amigos. Que tenés un perro. Que de chico te meabas en la cama. La mina te cuen­ta de su granja en Kentucky. Que le gustan los hela­dos de jengibre. Pero ya tranquilo. Estás hecho. Estás hecho. Porque si vos morfás antes de encamarte —vuelve a la carga Hugo—, por más que te sirvan el plato más sensacional y lo que más te gusta en la vida a vos no te pasa un sorete por la garganta porque te­nés el bocho puesto en la mina y en saber si te va a dar bola o no te va a dar bola. Comés nervioso, para el culo, te queda el morfi acá. La mina te habla de cualquier cosa y vos estás pensando "Mamita, si te agarro" y no sabés ni de qué mierda está hablando ella ni qué carajo le contestás vos. Es así. ¿Es así o no es así?

—Es así.

—Entonces ahí, después de morfar como un as­queroso, después de bajarte con la rubia dos o tres tu­bos de blanco, vos vas sintiendo que te entra a agarrar un apoliyo ¡pero un apoliyo! Sentís que se te bajan las persianas.

—Ahí es cuando uno ya se entra a reír de cual­quier pavada.

—¡Eso! ¡Claro! —se alboroza Hugo por el aporte de Pipo—, que te reís de cualquier cosa. Bueno, ahí, te vas al sobre. Sabés, además, que podés al día siguiente dormir hasta cualquier hora porque vos te vas, ponele, a la noche del día siguiente. Y te acostás con la rubia, ya sin ningún apetito de ningún tipo, sólo a disfrutar de la catrera. Te vas hundiendo en el sueño. Te vas hundiendo. Está fresquito. Entra por la ventana la bri­sa del mar. Oís el ruido del mar. Un poco la música de abajo...

Hugo se queda en silencio, mordisqueándose una uña. Casi no hay nadie en El Cairo. Pipo también se ha quedado callado. Bosteza. Mira para calle Santa Fe. Hugo busca con la vista a Molina, que está charlando con el adicionista. Levanta un dedo para llamarlo. Molina se acerca despacioso pegando al pasar con una servilleta en las mesas vacías.

—Cobrame —dice Hugo.

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lunes, julio 16, 2007

Un regreso: RCTV Internacional comienza transmisiones


Mientras Tves sigue dando traspiés, enseñando lo que en realidad puede la revolución bolivariana. Mientras Juan Barreto encarcela estudiantes porque lo "ofendieron". Mientras Hugo Chávez y Cilia Flores creen que mal gobiernan a un país de descerebrados y nos venden que la reelección será "continua" y no "indefinidad", Rctv ha vuelto por la señal de cable. Incluso Supercable que andaba aterrorizado llegó a un acuerdo después de las llamadas a su call center.

Jesse Chacón apenas pudo balbucear en la víspera "les sale ley resorte completica", pese a que ya el canal no es sujeto administrado por no tener señal ni concesión alguna...

Igual ya Miguel Ángel Rodríguez está al mando de La entrevista, el canal aunque sea parcialmente volvió y se le demuestra a Hugo Chávez que la única voluntad que no puede ser torcida es la de Dios y él es una lamentable circunstancia, una caricatura que ha perdido la perspectiva mientras es chuleado por todo continente para que los financie con petróleo venezolano...

Ya estará el terrorista tributario José Gregorio Vielma Mora -Oscar García Mendoza dixit- tomando nota para cobrar peaje a Hermo, Empresas Polar, Banesco, Farmatodo y el laboratorio que hace Pankreosil que fueron los anunciantes del primer corte comercial de la transmisión...

La gran conclusión es que, como decía Antonio Guzmán Blanco, Venezuela es como un cuero seco: si lo pisas por un lado se te levanta por el otro... indefinidamente...

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domingo, julio 15, 2007

Un sueño para los doctores Jung y Freud: Alcalde de Caracas Freddy Bernal y Paris Hilton se casan (Semana surrealista en Caracas parte I)

Tal vez sea la confirmación de una teoría: esta profesión nuestra de inventar y ordenar historias y enseñar a los demás a inventarlas y ordenarlas, le quite lustre al sueño: a veces sentimos que la sucesión de imágenes nocturnas no es más que una versión burocrática, un compromiso para pasar las horas antes de la próxima dosis de vigilia... con excepciones...

anoche nos dormimos en medio de la presentación de Corpse bride de Tim Burton en HBO. Y comenzaron las apariciones.

Algunas se perdieron, asentadas, como sedimentos en el fondo de un vaso. Una volvió con nítidez al despertar: dábamos clase en un salón reducido y, de repente, alguien toca la puerta. Seguimos hablando y la puerta se abre y se me pide que me acerque. Lo hago, me comunican que necesitan que sirva de traductor.

Salimos a la recepción del instituto y allí está Paris Hilton. Se nos explica que el alcalde Bernal ha decidido separarse definitivamente de su esposa y va a casarse con su amante de algunos años, la señorita Hilton. Necesitan que hablemos con ella porque, por alguna razón, la futura primera dama de Caracas se alojará antes del evento en una sala de nuestro instituto y hay que mostrar todo tipo de atenciones.

Allí estaba Freddy Bernal. Extrañamente y por obra del sueño convertido en un enano que llegaba apenas a la cintura de Paris. Pero, como podría esperarse, con la cara de satisfacción con la que los funcionarios chavistas manejan sus Hummers, el alcalde rodeaba a la casi impercetible figura de la socialité ex-convicta.

Allí estuvimos, recibiendo apretones del alcalde Bernal, sonriendo a Paris y preguntándole por su viaje, haciendo tiempo, hasta que su habitación improvisada estuviera lista.

Cuando nuestra misión intercultural terminó salimos del instituto -que resultó estar en un centro comercial- y tenemos la oportunidad de escuchar a la gente, frente a la vidrieras y dentrás de los mostradores de tiendas y restaurantes, que ya va pasándose el rumor de haber visto a Paris Hilton y nada menos que con Freddy Bernal.

Y así fuimos viendo y escuchando chismosos hasta el amanecer.

¿Será que Jung, Freud o sus seguidores nos descifran?

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lunes, julio 09, 2007

Una desilusión agridulce: la eliminación de Venezuela de la Copa América 2007

¡Ojalá todo el quehacer uruguayo hubiera sido como ese momento mágico cuando Pablo García clavó la pelota en el ángulo derecho de Renny Vega y sentenció el destino de la vinotinto!

Tal vez así todo habría sido mucho más comprensible...

El balance de la copa para los anfitriones ha sido positivo: la primera clasificación en la historia, el pase en calidad de invictos y el baile que se le dio a Perú. Pero, con las eliminatorias al Mundial Sudáfrica 2010 tan cerca no se puede ser tan complacientes.

A la vinotinto nuestro respeto y admiración. Ahora el balance:

Lo mejor: la clasificación, los goles, la alegría y la satisfacción de que nadie realmente le pasó por encima a Venezuela. Venezuela perdió 4-1 con Uruguay, pero el resultado es extremadamente generoso con el mezquino equipo del maestro Tavarez, quien debería donar parte de su salario a Christian Rodríguez, su jugador del Paris Saint Germain, quien fue el único que realmente vulneró a Venezuela. Más allá de los números, es claro que Venezuela, según lo visto en la copa, quedó muy por encima de lo mostrado por Colombia o Ecuador. Esperemos que se mantenga en las eliminatorias.

Lo peor: la incapacidad de hacer sentir a los rivales como verdaderamente visitantes, para apuntalar el trabajo que hacía la grada. Tal vez apenas Perú sintió esa desventaja, mientras que Uruguay jugó como en campo neutral, como aquellas copas en los Estados Unidos.

Lo más extraño: la indecisión absurda de Richard Paéz contra Uruguay en el cambio de César González: estaba listo con el partido uno a uno, llegó el gol de García y lo pararon, otra vez a puntico, se vinieron unos saques de esquina y lo volvieron a parar: cuando entró González el mal estaba hecho.

Los mejores: el trabajo vinotinto suele ser colectivo, nosotros nos inclinamos esta vez por Renny Vega y José Manuel Rey. El arquero se graduó de titular para las eliminatorias, Rey demuestra que se puede seguir aprendiendo y llegar a tener la serenidad indispensable para ser un defensa confiable. Lástima que Giancarlo Maldonado se apagó y que no vimos mucho más del Cafú Arismendi.

Los peores: difícil quitarle el puesto a Juan Arango ni por el gol. Le pasó, guardando las tremendas distancias, lo que a Ronaldinho en Alemania 2006, mucho cartel, mucha expectativa, pero después de una exigente temporada europea simplemente no pudo. Fernando De Ornelas debería haber sellado su suerte con Venezuela: un jugador que depende más del derroche físico y el oportunismo, resultó ser simplemente un estorbo para Giancarlo Maldonado. Héctor González también tuvo una copa para olvidar.

Los "ni-ni": Miguel Mea Vitalli por momentos se veía como aquel joven a quien el Pato Pastoriza le tenía tremenda confianza, otras ni se veía. El Pájaro Vera mostró cierto liderazgo pero reincidía en un mal hábito: retroceder la pelota; con lo cual retrocedía el equipo entero y el rival de encimaba. El Zurdo Rojas brilló esporádicamente. Alejandro Cíchero defendió decentemente, marcó un gol, pero se vio por debajo del nivel de Rey. Ricardo David Páez no pudo con la responsabilidad de jugar por él y por Arango así que su aporte terminó siendo modesto.

Las interrogantes de cara a la eliminatoria: ¿quién tomará el puesto de De Ornelas? ¿Está el Pájaro Vera para estos trotes a su edad? ¿Será que se le evitan a Arango los viajes de amistosos intrascendentes y se le tiene fresquito para los juegos oficiales? ¿Richard Páez se irá verdad a finales del 2008? ¿Explotará Giancarlo Maldonado? ¿Le darán la confianza a César González?

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miércoles, julio 04, 2007

Un par de conceptos: la inclusión y la igualdad según Hugo Chávez, presidente de Venezuela

Ayer nos tocó escuchar la rueda de prensa, en cadena nacional, de nuestro presidente, contándonos los pormenores de todas las cosas inútiles que compró -excepto para quienes reciben las comisiones-, todos los acuerdos leoninos que firmó para que Irán tenga su parte en la piñata del petróleo venezolano y todo lo que se divirtió en su periplo.

Justo cuando hablaba Hugo Chávez, con voz solemne de científico gritando su primer eureka sobre las fábricas de vaciado de plásticos y moldes ("y moldes" repitió, en caso de que no hubiéramos escuchado bien), llegó la epifanía: ese ejercicio narrativo de remontarnos a los detalles de su viaje es el corazón de dos conceptos básicos en el proyecto chavista: igualdad e inclusión.

A Hugo Chávez le desvela que todos seamos iguales en Venezuela
, que sintamos que Venezuela ahora es de todos. Pero como problemas logísticos le impiden que los 26 millones nos traslademos con él, él llega, nos echa los cuentos y ¡listo! Inclusión por decreto.

Suponemos que sigue la misma lógica en relación con la educación -ya nos contará sobre su hijo que estudia en España-, sobre el abastecimiento -Rosinés nos contará los manjares que degusta cada día-, sobre la seguridad -escucharemos lo que se siente estar rodeado por gran cantidad de guardaespaldas y caminar por los barrios de Caracas sin miedo porque, algunas horas antes de su llegada, la Casa Militar le hace un perímetro de seguridad.

Entonces, nos arrepentimos de algunas de las infundadas críticas que en algún momento pudimos hacer a Hugo Chávez. En realidad tiene razones para querer quedarse en el poder: le falta mucho dinero por gastar, países por visitar y lujos extravagantes por disfrutar. Y a nosotros muchos cuentos por escuchar en cadena nacional, hasta que nos sintamos uno con el Comandante.

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martes, julio 03, 2007

Un balance personal: Venezuela 0- Uruguay 0, Copa América 2007 (primer tiempo)


Lo mejor: Que Venezuela enfrenta el partido ya clasificada, lo que le pemite disculpar despistes y desatenciones. Por otra parte, Edder Pérez se está ganando un puesto fijo en el lateral izquierdo, tiene controlado los ataques por su zona y ataca cuando tiene oportunidad. Por Uruguay, Jorge Fucile (en la foto) lleva por el camino de la amargura a Héctor "Turbo" González y parece un dinamo adueñado de su banda izquierda.

Lo peor: La apatía de ambos equipos, parece realmente que estuvieran en un amistoso para luchar contra la inanición de los niños en Togo.

Lo más extraño: que se está convirtiendo en el típico partido en que dos oponentes pueden estar 180 o 270 minutos fingiendo que juegan a algo cuando en realidad tienen su mente en el siguiente juego.

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