El lunes tuve la oportunidad de leer en la "Semana de la Nueva Narrativa Urbana", un evento organizado por el Pen Club venezolano. La idea es que, durante cada día de esta semana en las instalaciones del Centro Cultural Chacao, tres narradores, representantes de una nueva aproximación a la literatura en Venezuela, lean textos inéditos, los cuales serán recogidos en el libro "De la urbe para el orbe", a ser bautizado el próximo viernes 26 de mayo a las 8:30 pm.
Me tocó compartir con Rodrigo Blanco Calderón y Javier Miranda-Luque, quienes leyeron, respectivamente, los relatos "Los invencibles" y "Abstracto bilingüe". Antonio López Ortega tuvo a su cargo el comentario de las tres obras (yo leí mi relato "Virginia y tú") pero hubo un aspecto que no tocó y esta mañana, escuchando la noticia en la radio de los minuciosos operativos que la Unión Europea despliega en África del Norte para frenar la inmigración ilegal, recordé: el desarraigo.
Quienes hablan con mucha tranquilidad de lo "inútiles que son las fronteras" seguramente no nacieron en el planeta Tierra.
Uno puede sentirse "ciudadano del mundo", "bien en cualquier parte", pero hay ciertos vínculos -sustentados en esta persistente manía que tenemos como humanos de aferrarnos a los hábitos- que no podemos deshacer con nuestro lugar de nacimiento o aquél donde hayamos pasado una significativa porción de nuestra vida.
Sin embargo, agobiados por los problemas cada vez más tangibles y menos románticos que el amor por la tierra, hay personas que encuentran como única respuesta escapar: escapar allí donde creen que "la grama es más verde", donde encontrarán oportunidades, donde podrán tener una vida mínimamente apacible.
Somos nosotros, los latinoamericanos, son los africanos, son los parientes pobres dentro de Europa (en gran parte Europa del este), a quienes nos ha tocado esta mano mezquina en la partida de naipes del bienestar mundial y deseamos refugiarnos en España, en Estados Unidos, en Francia, por nombrar sólo algunos de los destinos.
El venezolano, durante mucho tiempo, gozó de la fama del arraigo. ¿Quién querría irse de un país petromillonario, con diferentes climas, con buena calidad de vida? Nadie. Sin embargo, el deterioro económico y social de las últimas décadas y el desbarajuste revolucionario ha cambiado esa situación.
Y ahora el venezolano, en gran medida, es ese que encarnaron los personajes de Blanco, Miranda-Luque y yo. El lugar que llamaba su casa, su patria, lo amenaza. Si no se ha ido y ya sufre las penurias de la lejanía, está pensando seriamente en hacerlo. Pero, más crudamente, aunque no se haya ido, ya su mente, sus intereses, su corazón está en otra parte. Mientras el cuerpo sigue ejecutando rutinas sin sustancia en una inmensa prisión cuyos barrotes son las fronteras.
Sinceramente, al terminar ir escuchando los tres relatos fue ir asimilando la epifanía. ¿Los sentimientos? Satisfacción intelectual por la observación pero cierto dolor por este nuevo venezolano que, entre todos, estamos engendrando.
Desde 2001 no he vuelto a Miami, no he podido ve rlo que tantos cuentas, la forma como se ha convertido en una "sucursal" de Venezuela. Me gustaría ir y verlo. Y regresar.
Sé que toda esta vida, esta humanidad, esta mente es pasajera. Pero para mí las coordenadas geográficas del lugar donde puedo "ser" me preocupan. Y si las pierdo o las cambio quisiera que fuera un proceso íntegramente voluntario.
Y ya me tendrán escribiendo sobre eso.