lunes, abril 09, 2007

Una visión alucinante: La fiesta del Chivo, la película de Luis Llosa

El asombro empieza desde el tagline o sloga de la película: Una historia que nunca debió suceder.

Y comienza porque no sólo sucedió después -pese a que la novela de Vargas Llosa es de reciente data, dictaduras como la última Argentina es posterior por algunos años a la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo- sino que podría continuar sucediendo de proseguir los errores que la izquierda actual comete en Latinoamérica y, en específico, en Venezuela.

Una fotografía de Rafael Trujillo podría estar en el diccionario acompañando al vocablo "canalla". Se trató de un militar más de estos que pululan en nuestros países, quien con mano de hierro, escrúpulo ninguno y apoyado en la coyuntura regional que permitió que los Estados Unidos apoyaran a cualquier gobierno que se declarara abiertamente en contra del comunismo, gobernó la República Dominicana como si fuera su feudo personal.

La película gira en torno -con ecos de la violación de Temple Drake en Santuario de William Faulkner- al trauma de Uranita Cabral, quien es mancillada por el Chivo cuando apenas es una adolescente. Uranita vuelve al cumpleaños número 80 de su padre, para reencontrarse con los vestigios de aquella podredumbre y desnudar a su ingenua familia la realidad de aquello que se había callado.

Y es que la ingenuidad es el nombre del juego con estos personajes. Ingenuidad demuestran las masas que los aplauden a rabiar en sus arengas nacionalistas, ingenuidad, demuestra quien cree que aquel que ha sufrido en manos del dictador exagera, aquel que piensa que las cosas no pueden ser tan terribles como se pintan.

El armado dramático es impecable: se denuncia la tragedia social, el dolor colectivo, pero los conflictos están encarnados: Uranita que sufre tal vez la humillación mayor, el almirante cuya esposa ha pasado a formar parte del harén de Trujillo, el empresario cuyo hermano es asesinado arbitrariamente por el régimen, víctimas todos del sistema.

Y el motor del conflicto es Trujillo quien no es simplemente un gobernante feroz sino un megalómano abierto a los adulones que le hacen creer que es como Alejandro Magno, Bolívar o Napoleón, la raza de hombres que construye naciones, "una fuerza de la naturaleza".

En este engaño, Trujillo se limita a satisfacer su ansia de poder, sus placeres carnales y a eliminar cualquier tipo de amenaza de la manera más contundente posible, con el apoyo del esbirro Abbes, quien se encarga de los trabajos sucios.

Situación a situación, mientras se cuece el final inevitable de Trujillo, vemos como todo lo que toca el tirano se va convirtiendo en excremento, en degradación, en negación de la esencia humana. Con empeño, Trujillo se envilece, envilece a su entorno y llega a perder cualquier límite humano. Como tantos otros aprendices de villanos, pasa la vida tratando de aparentar que han salido de una tragedia griega, cuando en realidad su final es propio de las comedias del teatro Chacaito.

Muchos criticaran el retrato como exagerado. Nuestra posición es que este Trujillo es, por un lado, Rafael Leonidas Trujillo, pero por otro, como el Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, el Patriarca de García Márquez o el Supremo de Roa Bastos, una representación simbólica de ese mal tan particular y de tanta influencia que termina por apoderarse de ciertos gobernantes.

Se trata de una película para verla, analizarla y preguntarnos y repreguntarnos sobre por qué nos empeñamos en estas tierras en repetir las peores de nuestras historias. Se trata de una película en la cual cualquier parecido con la realidad, es, lamentablemente, un hecho incontrovertible en lugar de una coincidencia.

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