miércoles, octubre 18, 2006

Una humorada: La cólera en tiempos de amor, de Sergio Jablón

"Pues sí, yo también estoy lleno de amor. Me doy cuenta de que, desde hace unos pocos días, los pájaros cantan más afinados, las nubes son más blancas y los choros más amables. El amor me llena a tal punto que ya no siento hambre, determina mis horas al extremo que ya no me atrasa la cola y me da unas alas tan grandes que ni siquiera vislumbro los huecos.

He decidido incluso que de ahora en más todas mis actividades estarán motivadas única y exclusivamente en función del amor. Sobre todo en el carro, cuando manejo y noto otro amable vehículo que se me atraviesa, o un amable vecino me insulta por respetar un semáforo o, mejor aún, un grupo de sonrientes militares me hace pasar dos horas de cola porque decidieron montar un megamercado en alguna vía importante sin avisar a nadie. Aprendí que, en el fondo, esta es una forma de llamar mi atención y extender puentes de comunicación. Ahora la gente que me rodea ya no me resulta indiferente. Estoy lleno de amor.

Y es que basta dar un vistazo para darse cuenta de que el amor está en todas partes. Sin ir más lejos, fíjense en qué cosa tan bella sucedió durante las votaciones de la ONU el pasado lunes cuando, en medio de una intrincada batalla electoral, Venezuela y Guatemala, las dos naciones rivales, súbitamente se encontraron con que estaban "empatadas". Diplomáticamente conmovedor, sin lugar a dudas.

Claro que, como no quiero quedarme con todo este amor para mí solito, siento que llegó el momento no sólo de compartir este profundo sentimiento, sino de erradicar el odio. Porque no podemos seguir con odio. Eso es evidente. Porque me entra una indignación tan grande cada vez que siento a mi alrededor aunque sea una minúscula manifestación de odio. Allí, toda mi sangre azul hierve. Me pongo colorado, como antes, cuando no estaba tan lleno de amor. Una sensación que hoy me llena de vergüenza.

El odio debe aplastarse. No puede tenerse ningún tipo de misericordia ante el odio. Si alguien manifiesta aunque sea una intención de vociferar palabras de odio, no debemos dudar ni un segundo antes de partirle la boca. Aunque nos fracturemos la mano por lo duro que sea el golpe. Y una vez en el piso con el labio partido, no podemos dejar pasar la histórica oportunidad de caerle a patadas. Y si es público, mejor, así de paso, las demás personas que sientan odio saben qué les espera en caso de que no se adhieran de manera inmediata y profunda a esta nueva doctrina del amor.

Hay que esparcir el amor y, afortunadamente para todos, ello implica circunscribir el odio. Hay que sacar a todos aquellos que sientan odio de sus casas y llevarlos a campos alejados de las ciudades. Se los debe estudiar e incluso es conveniente hacerlo con métodos científicos invasivos y dolorosos tratamientos psicológicos para determinar por qué, en un contexto de tanto amor, todavía permanece gente sembrando la semilla del odio.

Y es que la semilla del odio no puede regresar. Yo, que alguna vez la sentí entre mis venas, sé lo peligrosa que puede llegar a ser. Es un sentimiento que lleva a la confrontación y no a la concertación, que estimula las críticas y no los aportes y que invariablemente termina con intentos de obtención de poder o, peor que peor, en el irrespeto.

Se acabó el tiempo de las confrontaciones. Abracemos todos un sólo color, una sola idea y, muy especialmente, un sólo candidato. Cuando hay amor no se necesitan cientos de líderes. El amor debe llenarnos a tal punto que ya no tengamos espacio para nada más. El amor nos ocupa cuando no hay trabajo, nos conforta cuando no hay dinero y nos protege del hampa del odio. No veamos hacia los lados. La inflación, la miseria y la escasez de viviendas sólo son cortinas de humo en la senda del amor. Miremos hacia nuestro corazón y veremos que sólo debemos hacer caso al amor.

Y pobre del que diga lo contrario..." (el nacional)