viernes, junio 02, 2006

Un día imaginario en la ciudad de Caracas: 8:45 am, Una divagación laboral
















A Susana

Cuando el ánimo te dice que, listo, que ya está bien por el día -tanta prisa, tantos carros, tanta presión- apenas comienza tu jornada de trabajo.

No se encuentra consuelo en la certeza de la rutina, en la repetición incesante de procesos para alcanzar resultados que no tienen significado por sí mismos sino en el esquema que otros te plantean.

Entonces, antes de entregarte con alienación de hormiga a tus asuntos, te imaginas qué pasaría si...

Qué pasaría, por ejemplo, si sentado en un escritorio escribiendo no fueras tú sino fueras Frank Kafka, creando de la monotonía burocrática un mundo de alucinaciones imperecederas...

Qué pasaría si fueras T.S. Elliot, que era banquero y alguna vez dijo que no le gustaba hablar con sus amigos escritores porque sólo le planteaban temas de carencias económicas, pero adoraba hacerlo con sus colegas banqueros con quienes podía hablar de arte, de belleza y de grandeza...

Qué pasaría si el nombre de una de tus jefas estuviera separado por una sola letra de aquella mujer de nombre Milena a la que Kafka escribía tantas y tantas cartas, testimonio de un sentimiento sólo posible en esas hermosas pesadillas... y tú, al verla, reconocieras a una amante abrumada de tantas notas de amor y desespero...

Qué pasaría si el nombre de otra de tus jefas fuera exacto -nombre y apellido, cuerpo y alma- al de la compañera de luchas de un sindicalista argentino quien, por cierto, también le escribiría otras cartas memorables, entrañables ...

Seguramente todo sería fugaz, frágil, incierto y tambaleante como un sueño...

Seguramente no podrías trabajar entregado divagando, divagando...

Seguramente sospecharías tanto que lo desecharías y tejerías complicadas rutinas que te llevaran de regreso a la certeza...