jueves, febrero 22, 2007

Una recomendación fílmica: In the gloaming

Christopher Reeve, su director, el antiguo Superman está muerto. Más que de un largometraje se trata de un mediometraje de aproximadamente una hora de duración. En estos tiempos donde el SIDA es moneda corriente, la homosexualidad casi una moda y el sufrimiento es calmado por servicios religiosos televisados o la medicina sistémica, parece que se trata de una recomendación fuera de contexto. Sin embargo, hemos vuelto a ver después de más de diez años In the gloaming y sería egoista no comentarla.

Danny (Robert Sean Leonard) regresa a casa. Rápidamente la historia nos captura con una de las claves de la buena ficción: los vínculos entre los personajes. Janet (Glenn Close) es la mujer abnegada que todo ha entregado a su hijo y brota felicidad al recibirlo de vuelta. Martin (David Strathairn) es un esposo y padre que no sabe muy bien cómo cumplir ninguna de las dos funciones. Anne (Bridget Fonda) es la hermana siempre postergada, la hermana espectadora del cariño que sus padres son capaces y dar y lo concentran sólo en Danny.

Se acomoda el cuarto de Danny, se le acepta de regreso en la casa y sentimos que hay algo de trágico en ste regreso, pero se nos oculta. Como si cayeran las hojas desprendibles de un calendario pasa agosto, pasa septiembre.

Llega Myrna (Whoopi Goldberg), la enfermera para los cuidados cada vez más integrales que requiere Danny. Hablan de AZT, hablan de SIDA. Danny a regresado a morir en su casa. Con sutileza la madre trata de no hablar del tema, el padre intenta ser amable como un ventero de los tiempos del Quijote, la hermana simplemente gravita, excluida, obviada.

Y mientras los días pasas y la vida se acaba, Danny y su madre ver el atardecer, el crepúsculo, ese momento del día que el abuelo materno británico llama "gloaming" y, extasiados, tratan de paladear lo que queda de vida.

Lo que queda de vida para todos, porque Danny es apenas un reloj del tiempo vital del resto de la familia, sobre todo de la madre, que parece atrapada en un matrimonio cuyo encanto se perdió hace tiempo y que ella justifica diciendo que es la dinámica propia del matrimonio.

Es una historia de descubrimientos: ¿qué perdemos cuando se acerca la muerte de alguien muy cercano? ¿Qué somos capaces de entregar para disfrutar sus últimos momentos? ¿Cuán ignorantes somos de las personas que nos rodean, de sus afectos, sus miedos, sus sueños?

Todo se va respondiendo lentamente, con una belleza calma, sin estridencias, como un niña arreglada para su primera comunión, como una canción a capella.

Y al final, sin duda, la tragedia. Pero no es una tragedia que simplemente nos entristece, menos aún nos envilece sino que nos reconstituye, nos invita a la reflexión y nos impulsa a dar un abrazo o a decir un te quiero, sentido, como a veces se nos olvida, en la próxima oportunidad que tengamos.

Hay una casa, hay un estanque, hay un banco de madera y, cada tarde, el crepúsculo para sentarse y convocar la magia de los sueños, la presencia de quienes no nos acompañan, el resto de vida que nos queda. Y hay una película que conjugó todos los elementos en una excelente obra.

¡Salud por la buena narrativa!

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