miércoles, agosto 16, 2006

Una reflexión sobre la mortalidad y el poder: a la muerte de Alfredo Stroessner

Se lee en el clarín de Buenos Aires:

"El ex dictador paraguayo Alfredo Stroessner murió hoy a los 93 años en el Hospital Santa Luzia de Brasilia, en donde vivía exiliado, tras haber sido intervenido quirúrgicamente hace más quince días, informó Gabriela Nagel, vocera de prensa del Hospital.

Uno de los allegados al ex dictador, José Alberto Planás, quien se aprestaba hoy a viajar desde Asunción a Brasilia para asistir al velatorio, aseguró que sus restos serán velados en Brasil. "No sabemos aún si se lo va a traer a Asunción, esa decisión se va a tomar luego de una consulta familiar", expresó Planás.

El gobierno paraguayo, a través de la canciller Leila Rachid, expresó esta semana que los restos de Stroessner pueden ingresar al país, pero que no se le rendirán honores militares de ex presidente.

Stroessner gobernó con mano dura el país entre 1954 y 1989, cuando fue derrocado por un golpe militar liderado por su consuegro, el general Andrés Rodríguez.

El ex dictador afrontaba varios procesos en el país por delitos de lesa humanidad y varias organizaciones pidieron su enjuiciamiento por su participación en la Operación Cóndor, mediante la cual los regímenes militares del Cono Sur coordinaron la represión en las décadas de 1970 y 80."

El poder y las perversiones que su búsqueda indetenible termina por manifestar es uno más de los espejismos de la vida.

Hoy dices que gobiernas hasta 2031, que el mundo te necesita, que no se mueve una hoja sin que tú lo autorices. Hoy te alaban, te halagan, te adulan. Hoy, literalmente, pareces poderlo todo. Hoy eres el Supremo de Roa Bastos.

Mañana vagas en una ciudad de Latinoamérica o Europa, alegas demencia senil, dices que todos son inventos para malponer tu nombre y que nada de lo que pasó realmente pasó. O pasó porque era necesario. Porque era "un proceso histórico".

Y nadie te cree. Porque hay hijos sin padres y padres sin hijos y hermanas sin hermanos y nietos sin abuelos que tú ayudaste a desaparecer en una bruma de confusión, tecnicismos legales, maniobras ilegales y todo tipo de triquiñuelas.

Y te llamas Milosevic, Pinochet, Noriega, Videla, Hussein, tal vez te llamas Chávez. Pero ese nombre que alguien temió, escupió y sufrió no importa nada.

Y al final, en ese tremendo lugar común del ser humano, llega la muerte como la gran igualadora.

Y del poder no queda sino una estela muy tenue, algunas páginas en los libros de historias y, ahora en la era de la Internet, algunas anotaciones en un blog.