martes, enero 23, 2007

Un aullido: Howl y otros poemas de Allen Ginsberg

Siempre comentamos, reflexionamos, nos aferramos casi, a la noción de que la literatura nos hace ser mejores humanos, sino por otra cosa, al menos por el simple hecho de agregar una dimensión a nuestra vida.

Se trata, a decir de Bioy Casares, como si sumáramos un cuarto a la casa de la vida, la ensanchamos, nos permitimos la ligereza de desafiar la idea de que somos uno y somos muchos entre personajes, paisajes, épocas, imágenes e impresiones.

Si bien en términos de eficiencia es muy fácil conectarnos con esta idea al leer a los monumentales Hugo, Balzac o Flaubert, al delicado e indiscreto Henry James o esos grandes fabuladores de nuestra región como Onetti o García Márquez, nos cuesta más cuando se trata de la literatura experimental.

En lugar de seguir la conseja de Thoreau, quien aconsejaba "simplificar, simplificar", existe toda una raza de creadores cuya cifra es la complejidad, el enturbiamiento, la acrobacia o la maroma literaria. Y entre ellos encontramos a los escritores beat.

En su caso, no se trata de una complejidad artificiosa, abrumadora sino la que aparece cuando se dejan de lado las reducciones que hacen comprensible la vida, una complejidad del espectáculo orgánico que trasncurre sin nuestras interpretaciones. Se puede pasar uno horas luchando con las páginas del Almuerzo denudo o Junkie de Burroughs y no conseguir más que ser un soldado aisalado, digamos, en algún desierto iraquí. En explanadas despobladas, con una inhóspita aridez y con el grueso del pelotón muy lejos de nosotros. Tal es la confusión e indefensión que puede llegar a producir. Abrimos Howl y comenzamos con el poema que que titula el libro y van confirmándose uno a uno los prejuicios que podemos tener sobre esta literatura.

Parte manifiesto artístico, parte descripción de las vivencias de un grupo de jóvenes creadores en medio de desenfrenos sexuales y narcóticos, se van sucediendo las imágenes que el ojo de Ginsberg ha ido captando de su protagonismo y convivencia con sus colegas.

Esos hombres que buscan "jazz o sexo o sopa", que "mascullan gritan vomitan susurran hechos recuerdos y anecdotas", esos hombres que se desenvuelven en la "total sopa animal del tiempo".

Sin el afán por el escándalo sino como mero observador, Ginsberg abre su subjetividad a todos estos contenidos que aparecen como estrellas fugaces salidas de un proceso de producción en serie.

El poema se termina y, sin duda, hemos visto, no sólo lo que nos ha querido mostrar el autor sino las repercusiones que nos facilitan el juicio histórico, la distancia de décadas que nos separa de su atrevimiento, de sus postulados.

Pero, revisando entre semen, vómito, excremento, sodomía y locura, nos hemos reencontrado con uno de los principales valores que, para nosotros, tiene esta tendencia literaria: la expansión del debate estético.

En medio de una búsqueda preciosista en práctica escritural y lectora, parece que, como último refugio, tratamos de escudarnos en textos idílicos donde los conflictos morales se resuelven hacia el bienestar mayor para el mayor número de personas, donde el sexo es para engalanar y procrear, donde se muere antes de probar el deshonor, donde la guerra demuestra ser un escenario para la elevación humana.

Pero mientras más nos esforzamos, más el óxido, la herrumbre carcome los cimientos y somos expuestos a la crudeza del crimen sin sentido, de la ausencia del amor y de la mortalidad como un hacha inevitable que cubre de incertidumbre todos nuestros pasos, que empequeñece nuestras supuestas grandezas y nos deja a expensas de mitos, dioses o vacío y silencio.

Y en la expresión, en la presentación de esa crudeza hay también belleza y pocos como los beats se dedicaron a esa tarea de recordarlo.

Por eso podemos ser los seres más silenciosos, más comedidos. Pero es casi imposible dejar de acompañar a Ginsberg en su aullido.

¡Salud!

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