miércoles, noviembre 01, 2006

Un entrevista con Antonio Skármeta, de visita en Venezuela

¿Cómo ha sido ese tránsito de su obra entre la literatura, cine, teatro y filosofía?

­Son distintas expresiones de mi humanidad, mi personalidad y mis fantasías, no tengo una separación muy clara, digamos, es muy divertido. Con la aparición del cine, la radio y la televisión se desbordó la clasificación genérica tan rígida, claro, uno sigue cultivando géneros. Lo que pasa es que las posibilidades de expresión se han multiplicado y me siento cómodo en varios de ellos, salvo la poesía.

­Neruda por Skármeta es un homenaje sentido, ¿cuánto tiempo esperó para escribirlo?

­Curiosamente, es un libro más bien motivado por los lectores que por el autor. Creo que la obra en la que medularmente expresé mi visión de Neruda y su vinculación con mi pueblo es en El cartero de Neruda. Esta es una novela que se tradujo a 25 idiomas y que fue adaptada al teatro con el nombre de Ardiente paciencia y en el cine como Il Postino de Neruda. Allí estaba todo. Pero el gran éxito de esta obra me confrontó a muchos públicos en foros y conferencias en los que siempre había preguntas como: ¿conoció realmente a Pablo Neruda?, ¿cuán íntima fue su relación con él?, ¿qué importancia tiene Neruda en la historia real chilena?, ¿tuvo impacto en la vida política de Chile? Entonces, pensé en contestarlas en un libro y, de paso, seleccionar los poemas que considero especialmente relevantes en mi vida y en la vida de mi pueblo, a la cual me siento bastante ligado.

­¿Cuántas veces abusó de los versos de Neruda para conquistar novias?

­La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita. Pero debido a que me preguntas sobre mi debut sentimental... a ver, era muy tímido, estaba muy impresionado por una chica que me gustaba. Por azar, ella se fijó en un libro de Neruda que estaba leyendo y yo le asesté en el lóbulo un par de versos que abrieron la puerta a una relación más fantasiosa, lejos de las convenciones de las conversaciones de adolescentes. Digamos que me dio un tinte más interesante.

­¿Siempre se sintió llamado por las letras? ­

Soy un escritor desde niño, a los 8 años comencé a recitar poesía y me encantó el efecto que producía en mí y en la gente. Desde entonces no paré. Lo cierto es que no podría concebir la vida sin la escritura y sin leer lo que hacen los colegas. Entiendo por colegas desde Shakespeare hasta Rulfo.

­Dos de sus libros, El cartero de Neruda y El baile de la victoria, han calado hondo en el gusto del público. ¿Qué siente como creador ante esto?

­Es el cumplimiento de un deseo íntimo y profesional, me gusta escribir una literatura que sea comunicativa. Asumo posturas críticas frente a mis materiales y suelo ocuparme de asuntos que conciernen a mi vida, pero en los que siento que vibra algo que le interesa a la gente, de lo que está en el aire emocional del público. Si logro esa conexión entre lo que quiero contar y la historia que la gente quiere oír, considero que es un trabajo logrado ­

La torre de papel y El show de los libros fueron dos programas televisivos sobre literatura condu cidos por usted. ¿Cuál fue el secreto de su éxito?

­Al empezar a hablar de literatura la gente se engola, se ponen en poses de próceres de la patria, se sienten intelectuales iluminados por la divinidad que usan una pluma excelsa. Usan palabras como delicuescente, que leí en un artículo de prensa venezolano. Hay una aproximación santurrona, santificadora, sobre la cultura que es heredada del modo estéril con la que a veces se enseña la literatura en los colegios. Allí a los libros se les moja la pólvora. Cuando un escritor hace un libro mete vida, fantasía, sexo, imaginación y ganas, de pronto hay una manera de abordarlos que los jode. Se valora más la herramienta de interpretación que el mismo libro, en ese camino ha caído degollada la literatura y las ansias de leer de los jóvenes. Aunque un programa de televisión basado en libros no suplanta la lectura de ellos, es un éxito si despierta curiosidad y logra recuperar la alegría de leer.

­Ahora que puede dedicarse sólo a la literatura, ¿qué afectos lo mueven en el acto creativo?

­Los mismos de siempre. Una intensa emoción de vivir y la percepción de que la vida sigue siendo misteriosa y deliciosa. También hay una aceptación de los límites de la vida, de su fragilidad. Siento humildad frente a la irrelevancia de la vida humana en el planeta y esto es un gesto de solidaridad y afecto hacia los que somos compañeros de galeras. La vida es un episodio fantástico que todos sabemos lamentablemente cómo termina, pero que debemos vivir con alegría y solidaridad.

­El próximo 7 de noviembre cumple 66 años, ¿tiene algún consejo para los jóvenes escritores?

­Aquí me está chutando un corner para que yo cabecee y meta un gol. Pero si hay algo que me mantiene joven es no dar consejos a los jóvenes, ¡Dios mío!, no hay que dar consejos sobre nada. Cada uno que se cocine en su propia salsa, no hay nada que me guste menos en la vida que alguien que me dé consejos, porque no hay cómo seguirlos.

­Como bien dice Neruda en "Walking Around", ¿se ha cansado alguna vez de ser hombre?

­Eh... me he tragado cualquier cantidad de dolor privado y dolor de "hombres", en el sentido genérico de la raza humana. Hasta el punto de sentirme tan herido que... no sé... de alguna manera, por trágico que sea, la afirmación de la vida depende de la desgracia. Uno cuando pierde algo tiene que cuidar lo que queda y la humanidad ha perdido mucho, mucho, mucho. Ha cometido tremendos crímenes, pero dan ganas de vivir para cuidar lo que queda.

­En su libro Neruda por Skármeta finaliza el análisis sobre el poema "Rosaura" escribiendo: "The real thing. La vida como es, bella y áspera". ¿Siente así la vida?

­La vida es así: bella y áspera... creo."