Una nota personal sobre las implicaciones del Nobel de Literatura otorgado a Orhan Pamuk
Hace minutos conversamos con Eli Bravo, desde su programa en Miami, acerca de Orhan Pamuk.
Es curioso: desde que supe que el escritor turco estaba en la lista de los grandes favoritos, justamente recordé una de las crónicas de Eli en su libro "Caldo de cultivo". En ese texto, Eli habla sobre su experiencia compartida entre Miami y Caracas y, sobre todo, el tránsito en avión de una a otra ciudad, equiparándolo a un autobús de la globalización. No se trata ya de una rareza o exotismo, sino de una tendencia que se propaga como en banda ancha.
Pues resulta que Pamuk tuvo la suerte, la cifra, la marca de haber nacido en Estambul, ciudad de contraste, de confluencia entre Oriente y Occidente. Una ciudad desde la cual no se ve un mundo sino dos o muchos, sólo basta un ojo sensible y una pluma fina para registrarla en sus tensiones y sus sobresaltos.
El premio a Pamuk, es cierto, galardona una voz que ha sufrido -y, aparentemente, vencido- los intentos extremistas de censura y repudio. Pero, sobre todo, reconoce que la literatura, que es el anverso de la historia (y la Historia), hoy no es cuestión de parcelas y localismos que terminan por ser reflejos de una estrategia reduccionistas para limitar la ansiedad que produce aprehender esta compleja realidad. La gran literatura de hoy ambiciona recrear y explicar, a través de la ficción tradicional, de la escritura intimista, de las memorias, del testimonio, del periodismo, de la historiografía, esta gran matriushka, esta superposición de relatos, culturas, ideologías y versiones que conforma el mundo que nos rodea.
La literatura del tránsito, la literatura transversal que desborda los moldes de aquello que el escritor tiene naturalmente como referencia, ha sido reivindicada.
¡Salud, por el Nobel!
Es curioso: desde que supe que el escritor turco estaba en la lista de los grandes favoritos, justamente recordé una de las crónicas de Eli en su libro "Caldo de cultivo". En ese texto, Eli habla sobre su experiencia compartida entre Miami y Caracas y, sobre todo, el tránsito en avión de una a otra ciudad, equiparándolo a un autobús de la globalización. No se trata ya de una rareza o exotismo, sino de una tendencia que se propaga como en banda ancha.
Pues resulta que Pamuk tuvo la suerte, la cifra, la marca de haber nacido en Estambul, ciudad de contraste, de confluencia entre Oriente y Occidente. Una ciudad desde la cual no se ve un mundo sino dos o muchos, sólo basta un ojo sensible y una pluma fina para registrarla en sus tensiones y sus sobresaltos.
El premio a Pamuk, es cierto, galardona una voz que ha sufrido -y, aparentemente, vencido- los intentos extremistas de censura y repudio. Pero, sobre todo, reconoce que la literatura, que es el anverso de la historia (y la Historia), hoy no es cuestión de parcelas y localismos que terminan por ser reflejos de una estrategia reduccionistas para limitar la ansiedad que produce aprehender esta compleja realidad. La gran literatura de hoy ambiciona recrear y explicar, a través de la ficción tradicional, de la escritura intimista, de las memorias, del testimonio, del periodismo, de la historiografía, esta gran matriushka, esta superposición de relatos, culturas, ideologías y versiones que conforma el mundo que nos rodea.
La literatura del tránsito, la literatura transversal que desborda los moldes de aquello que el escritor tiene naturalmente como referencia, ha sido reivindicada.
¡Salud, por el Nobel!
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