domingo, octubre 01, 2006

Un comentario literario: Oscar Marcano reseña dos nuevos valores de la narrativa venezolana

"Leí Los golpes de la vida el mismo día de su publicación. Tomé el cuento, galardonado en el concurso anual de este diario y comencé a paladearlo con un café matinal, escorado, como buen mamífero, en un viejo sofá. Cuando lo terminé tenía taquicardia. La voz no me salía y las lágrimas se me agolpaban en los ojos. Estaba en mi decrépito balcón con la mirada perdida exactamente en ninguna parte. "Bravo ?me decía?, bravo, Rodrigo Blanco Calderón". Un joven escritor naci do en el ochenta y uno con un libro publicado: Una larga fila de hombres (Monte Ávila, 2006). Más allá de la hermosísima historia del misérrimo secretario de actas de la República del Este y la experiencia fallida del dilecto Francisco Massiani con Cortázar, más allá del escabroso tráfago de los restaurantes chinos y los siete tipos distintos de semen hallados en los residuos de arroz frito y pollo agridulce, estamos en presencia de un cuento en serio. Cómo me hubiese gustado escribir así a los veinticinco años. En un breve intercambio de lucubraciones con Miguel Gomes, exiliado en Connecticut, le hablé del texto, lo buscó en Ficción Breve y me contestó: "He leído de un tirón el cuento de Blanco Calderón y me ha impresionado. No esperaba que lo hiciese tanto, y esto lo digo sólo por la juventud del que lo escribió ?¿veintiséis, veintisiete años?. Los pasajes sobre restaurantes chinos son delirantes, ingeniosos, y el remate de la historia (ese remontarse hacia temas psicológicos expresionistas: la sombra, el doble, más allá del botellazo realista y usual con que otras personas hubiesen acabado la anécdota), me ha parecido magistral".

El segundo ejemplo lo constituye Lucas García París. Autor de una opera prima que cautivó por su frescura y contemporaneidad: Rocanrol (Grijalbo, 2002). En la actualidad trabaja en otra novela, La más fiera de las bestias y en un libro de relatos.

No hemos tenido acceso a la novela. Sí al libro de relatos. Conocemos en particular dos: Mayo y p, y con lo que hemos leído confirmamos una notable mejoría sobre su acierto precedente. Sicalíptico también, Lucas García se perfila como un orfebre del diálogo recio y de la anécdota dura, por lo que podemos afirmar, con el orgullo de quienes apuestan al porvenir de una tradición literaria que nació con Andrés Bello y se enseñorea con Gallegos, Ramos Sucre y Julio Garmendia, entre otros preceptores, que hay razones para ser auspiciosos. Rodrigo y Lucas son apenas dos nombres. Dos vivas señales en un mar de fondo que en estos momentos trabaja entre el silencio y la soledad, y que, más temprano que tarde, dará a las letras venezolanas sólidas contestaciones." (el nacional)