viernes, junio 04, 2010

Fútbol, memoria y literatura: Miércoles 2 pm, un relato mío en Prodavinci

A Maybell
Cuando terminó la amputación y todavía con la conmoción que siempre le producía el olor a chamusque del cauterio contra la carne, el residente miró sobre la cabeza de su instrumentista y sintió la obligación de decir algo porque desde que lo vio por primera vez, lo había sentido inexplicablemente cercano, pero ella se adelantó: —¡Y pensar que ni siquiera era dueño de la moto!

El compromiso del paquete vascular de la pierna derecha era brutal y aunque se lo pensó mucho, tuvo que amputar. Al menos seguiría vivo. No había sudado tanto, terminó por ser un procedimiento sencillo. Además, extrañamente, el aire acondicionado en el quirófano funcionaba después de unos cuantos meses de intermitencias con diversas excusas técnicas o presupuestarias.

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Al día siguiente, el amputado levantó la sábana gris polvo y allí estaba el muñón: sin levantar la cabeza, sin dejar que el entorno se entrometiera en aquella ceremonia, pero, a la vez, como si ofreciera aquella mutilación a quien quisiera apropiársela, se quedó mirándola.

Estiró el brazo derecho y subió la palangana de agua y comenzó con precisión a frotar a la altura de donde hubiera estado la rodilla si su pierna existiera, mojaba el cubrecama, empapaba el colchón, más agua, limpiaba, cuidaba, regaba.

El residente pasó por la cama antes de entregar la guardia y vio al hombre tan concentrado que prefirió dejar la cura a su compañero y salió del hospital entre bostezos, pensando en dormir unas horas, en los cupones en los que mentalmente dividía su sueldo, de unos cincuenta mil bolívares, combinables para dar coherencia a su presupuesto: dos cupones para pagar internet, uno para comer fuera una vez a la semana, unos cinco para ver si se mantenía al día en el plan de compra programada y renovaba el carro, y lo que haría si tuviera algunos cupones más. Luego repasó las películas que le faltaban por ver de la cartelera, el sorteo de las guardias del 24 de diciembre y el primero de enero, las vacaciones, la especialización, el aire acondicionado del quirófano, los depósitos incompletos y mezquinos del sueldo mensual que desbalanceaban su sistema de cupones y cómo el resto de los graduados en su promoción ya estaban en los consultorios de sus padres o en clínicas a un paso de la ilegalidad en las Canarias o en Madrid o en Boston o en Washington o incluso en Buenos Aires. ¡Coño! Recordó a su instrumentista: ¿Quién quiere quedarse en un país donde le disparan a un perrocalentero para robarle una moto que no es de él?

* (sigue leyendo en Prodavinci)

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