Una reflexión literaria: sobre "La dama del perrito de Anton Chéjov
Con frecuencia comentamos en los talleres que coordino acerca de este tema recurrente y que casi con morbosidad se trata de dilucidar: ¿por qué se leen "los clásicos"?
Con frecuencia rehuyo largas explicaciones de teoría literaria y me amparo en aquella que considero la más tangible y directa: se trata de textos que tocan la naturaleza en su esencia de manera atemporal y universal.
Por eso leemos, releemos y reflexionamos sobre relatos como "La dama del perrito" de Antón Chéjov, específicamente sobre los mecanismos de artesanía que le permiten funcionar.
García Viñó, en su muy recomendable "Teoría de la novela", resalta entre las historias que más le gustan, las que tienen una estructura invisible: esto es, las que están contadas sobre otra historia que no es explícita sino sugerida, intuida.
La anécdota de "La dama del perrito", en una reducción pedagógica, se condensa en las siguientes ideas: un hombre y una mujer casados coinciden, cometen adulterio -utilizo el término para resaltar la carga moral que arroja el autor sobre su relación- y pese a su separación, ambos comienzan a buscar oportunidades para conservar el idilio.
Chéjov va presentando los ambientes, los personajes, las atmósferas. Se nos muestra al hombre, Gurov, como un tipo promedio, despreciativo hacia las mujeres, sin mayor sensibilidad emocional. Y a ella, Anna Sergueevna, como una presa fácil, caminando con su lulú, una digna representante de lo que Gurov llama la "raza inferior".
Sin embargo, después del primer encuentro sexual entre Anna y Gurov, aparece el siguiente pasaje:
En Oranda estuvieron un rato sentados en un banco, no lejos de la iglesia, silenciosos y mirando el mar, a sus pies. Apenas era visible Yalta en la bruma matinal. Sobre la cima de las montañas había blancas nubes inmóviles, nada agitaba el follaje de los árboles, oíase el canto de la chicharra y de abajo llegaba el ruido del mar hablando de paz y de ese sueño eterno que a todos nos espera. El mismo ruido haría el mar allá abajo, cuando aún no existían ni Yalta ni Oranda.; el mismo ruido indiferente seguirá haciendo cuando ya no existamos nosotros. Y esta permanencia, esta completa indiferencia hacia la vida y la muerte en cada uno de nosotros constituye la base de nuestra eterna salvación, del incesante movimiento de la vida en la tierra, del incesante perfeccionamiento.
Se trata, aparentemente, de una intervención magistral del narrador, un pasaje logrado, reflexivo, con la magia de las grandes piezas de literatura. Además, cumple con un precepto técnio importante: no es una visión ingenua sino que está teñida del vacío interno de Gurov después de haber agregado un nombre más a su lista de conquistas.
El tiempo transcurre, se suceden nuevos encuentros. Anna debe partir, Gurov la deja ir con desapasionamiento. Luego comienzan las nostalgias.
Gurov parte hacia la ciudad de S., lugar de residencia de Anna, y la localiza, pero ella le reprocha el potencial de escándalo aunque le promete ir a Moscú. Y, efectivamente, cumple.
Nuevos encuentros en hoteles anónimos donde ni el esposo de ella ni la familia de él puede enterarse. Sabemos que Gurov continúa ayudando a su hijo al responder sus curiosidades escolares, la vida de Anna debe seguir también el mismo ritmo monótono que la llevó a entregarse a Gurov. Parece el comienzo de una vida paralela, un universo subterráneo que podría mantenerse indefinidamente.
Sin embargo, en uno de los encuentros moscovitas, sucede lo siguiente:
En el momento en que, acercándose a ella, la cogía por los hombros para decirle algo afectuoso, alguna broma, se miró en el espejo.
Su cabeza empezaba a blanquear y se le antojó extraño que los últimos años pudieran haberle envejecido y afeado tanto. Los cálidos hombros sobre los que se posaban sus manos se estremecían. Sentía piedad de aquella vida, tan bella todavía, y, sin embargo, tan próxima ya a marchitarse, sin duda como la suya propia. ¿Por qué le amaba tanto? Siempre había parecido a las mujeres otra cosa de lo que era en realidad. No era a su verdadera persona a la que éstas amaban, sino a otra, creada por su imaginación y a la que buscaban ansiosamente, no obstante lo cual, descubierto el error, seguían amándole. Ni una sola había sido dichosa con él. Con el paso del tiempo las conocía y se despedía de ellas sin haber ni una sola vez amado. Ahora solamente, cuando empezaba a blanquearle el cabello, sentía por primera vez en su vida un verdadero amor.
Es entonces cuando comenzamos a comprender verdaderamente la historia, no lo que hay en la vitrina o en el mostrador, sino lo que esconde la trastienda. Es el momento cuando cuando el pasaje lejano sobre Oranda que parecía mero ornato se vuelve medular en el relato. La historia que no se ha contado es la de la decrepitud de Gurov, la del fracaso de Gurov, la del miedo a la muerte con un desaprovechamiento sentimental de la vida por parte de Gurov. La cercanía del fin hace más humano a Gurov.
El párrafo siguiente nos dice:
El amor de Anna Sergueevna y el suyo era semejante al de dos seres cercanos, al de familiares, al de marido y mujer, al de dos entrañables amigos. Parecíale que la suerte misma les había destinado el uno al otro, resultándoles incomprensible que él pudiera estar casado y ella casada. Eran como el macho y la hembra de esos pájaros errabundos a los que, una vez apresados, se obliga a vivir en distinta jaula. Uno y otro se habían perdonado cuanto de vergonzoso hubiera en su pasado, se perdonaban todo en el presente y se sentían ambos transformados por su amor.
Otra historia no contada: la soledad de Anna y el amor que ha surgido entre ellos. Lo que comenzó como la locura y reprochabilidad del adulterio se ha convertido en esa comunión, ese ideal incomprensible, inabacable que es el amor.
Y con esta nueva información, que no son más que pinceladas, pistas claras pero solapadas que se funden para dar la verdadera relevancia emocional al relato, se nos olvida aquello que Forster llamaba lo esencial que se le podía exigir a la narrativa, la respuesta al ¿qué pasó después? Por eso aceptamos con total naturalidad y saciedad cuando Chéjov levanta la pluma diciéndonos:
Ambos veían, sin embargo, claramente, que el final estaba todavía muy lejos y que lo más complicado y difícil no había hecho más que empezar.
Porque es el momento cuando la tercera historia, aquella que se pierde en las implicaciones en las cuales somos Anna, Gurov, su relación, la vejez y la muerte, se empieza a desplegar en nuestra mente.
Con frecuencia rehuyo largas explicaciones de teoría literaria y me amparo en aquella que considero la más tangible y directa: se trata de textos que tocan la naturaleza en su esencia de manera atemporal y universal.
Por eso leemos, releemos y reflexionamos sobre relatos como "La dama del perrito" de Antón Chéjov, específicamente sobre los mecanismos de artesanía que le permiten funcionar.
García Viñó, en su muy recomendable "Teoría de la novela", resalta entre las historias que más le gustan, las que tienen una estructura invisible: esto es, las que están contadas sobre otra historia que no es explícita sino sugerida, intuida.
La anécdota de "La dama del perrito", en una reducción pedagógica, se condensa en las siguientes ideas: un hombre y una mujer casados coinciden, cometen adulterio -utilizo el término para resaltar la carga moral que arroja el autor sobre su relación- y pese a su separación, ambos comienzan a buscar oportunidades para conservar el idilio.
Chéjov va presentando los ambientes, los personajes, las atmósferas. Se nos muestra al hombre, Gurov, como un tipo promedio, despreciativo hacia las mujeres, sin mayor sensibilidad emocional. Y a ella, Anna Sergueevna, como una presa fácil, caminando con su lulú, una digna representante de lo que Gurov llama la "raza inferior".
Sin embargo, después del primer encuentro sexual entre Anna y Gurov, aparece el siguiente pasaje:
En Oranda estuvieron un rato sentados en un banco, no lejos de la iglesia, silenciosos y mirando el mar, a sus pies. Apenas era visible Yalta en la bruma matinal. Sobre la cima de las montañas había blancas nubes inmóviles, nada agitaba el follaje de los árboles, oíase el canto de la chicharra y de abajo llegaba el ruido del mar hablando de paz y de ese sueño eterno que a todos nos espera. El mismo ruido haría el mar allá abajo, cuando aún no existían ni Yalta ni Oranda.; el mismo ruido indiferente seguirá haciendo cuando ya no existamos nosotros. Y esta permanencia, esta completa indiferencia hacia la vida y la muerte en cada uno de nosotros constituye la base de nuestra eterna salvación, del incesante movimiento de la vida en la tierra, del incesante perfeccionamiento.
Se trata, aparentemente, de una intervención magistral del narrador, un pasaje logrado, reflexivo, con la magia de las grandes piezas de literatura. Además, cumple con un precepto técnio importante: no es una visión ingenua sino que está teñida del vacío interno de Gurov después de haber agregado un nombre más a su lista de conquistas.
El tiempo transcurre, se suceden nuevos encuentros. Anna debe partir, Gurov la deja ir con desapasionamiento. Luego comienzan las nostalgias.
Gurov parte hacia la ciudad de S., lugar de residencia de Anna, y la localiza, pero ella le reprocha el potencial de escándalo aunque le promete ir a Moscú. Y, efectivamente, cumple.
Nuevos encuentros en hoteles anónimos donde ni el esposo de ella ni la familia de él puede enterarse. Sabemos que Gurov continúa ayudando a su hijo al responder sus curiosidades escolares, la vida de Anna debe seguir también el mismo ritmo monótono que la llevó a entregarse a Gurov. Parece el comienzo de una vida paralela, un universo subterráneo que podría mantenerse indefinidamente.
Sin embargo, en uno de los encuentros moscovitas, sucede lo siguiente:
En el momento en que, acercándose a ella, la cogía por los hombros para decirle algo afectuoso, alguna broma, se miró en el espejo.
Su cabeza empezaba a blanquear y se le antojó extraño que los últimos años pudieran haberle envejecido y afeado tanto. Los cálidos hombros sobre los que se posaban sus manos se estremecían. Sentía piedad de aquella vida, tan bella todavía, y, sin embargo, tan próxima ya a marchitarse, sin duda como la suya propia. ¿Por qué le amaba tanto? Siempre había parecido a las mujeres otra cosa de lo que era en realidad. No era a su verdadera persona a la que éstas amaban, sino a otra, creada por su imaginación y a la que buscaban ansiosamente, no obstante lo cual, descubierto el error, seguían amándole. Ni una sola había sido dichosa con él. Con el paso del tiempo las conocía y se despedía de ellas sin haber ni una sola vez amado. Ahora solamente, cuando empezaba a blanquearle el cabello, sentía por primera vez en su vida un verdadero amor.
Es entonces cuando comenzamos a comprender verdaderamente la historia, no lo que hay en la vitrina o en el mostrador, sino lo que esconde la trastienda. Es el momento cuando cuando el pasaje lejano sobre Oranda que parecía mero ornato se vuelve medular en el relato. La historia que no se ha contado es la de la decrepitud de Gurov, la del fracaso de Gurov, la del miedo a la muerte con un desaprovechamiento sentimental de la vida por parte de Gurov. La cercanía del fin hace más humano a Gurov.
El párrafo siguiente nos dice:
El amor de Anna Sergueevna y el suyo era semejante al de dos seres cercanos, al de familiares, al de marido y mujer, al de dos entrañables amigos. Parecíale que la suerte misma les había destinado el uno al otro, resultándoles incomprensible que él pudiera estar casado y ella casada. Eran como el macho y la hembra de esos pájaros errabundos a los que, una vez apresados, se obliga a vivir en distinta jaula. Uno y otro se habían perdonado cuanto de vergonzoso hubiera en su pasado, se perdonaban todo en el presente y se sentían ambos transformados por su amor.
Otra historia no contada: la soledad de Anna y el amor que ha surgido entre ellos. Lo que comenzó como la locura y reprochabilidad del adulterio se ha convertido en esa comunión, ese ideal incomprensible, inabacable que es el amor.
Y con esta nueva información, que no son más que pinceladas, pistas claras pero solapadas que se funden para dar la verdadera relevancia emocional al relato, se nos olvida aquello que Forster llamaba lo esencial que se le podía exigir a la narrativa, la respuesta al ¿qué pasó después? Por eso aceptamos con total naturalidad y saciedad cuando Chéjov levanta la pluma diciéndonos:
Ambos veían, sin embargo, claramente, que el final estaba todavía muy lejos y que lo más complicado y difícil no había hecho más que empezar.
Porque es el momento cuando la tercera historia, aquella que se pierde en las implicaciones en las cuales somos Anna, Gurov, su relación, la vejez y la muerte, se empieza a desplegar en nuestra mente.
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