domingo, diciembre 10, 2006

Un artículo para leer y releer: La huerfanita Elizabeth de Umberto Eco

"He recibido en mi dirección de correo electrónico este mensaje en francés. Lo reproduzco sin pensar que estoy violando la privacidad de la remitente porque la carta (contra cualquier buena educación epistolar) no empieza con un "Querido señor Eco" y, por lo tanto, me imagino que ha sido enviada a otros centenares de personas. Puesto que recibo muchas cartas con historias que hacen llorar y peticiones de ayuda de países remotos, sé que en estos casos se consulta un "Who’s Who" y se localizan muchas de las direcciones de las personas citadas (se entra a formar parte de muchos "Quién es quién" sin saberlo y luego se recibe un mensaje en donde se pide una cierta cantidad de dinero si se quiere recibir un ejemplar, razón por la cual muchísimos de estos repertorios biográficos se venden, muy caros, sólo a las personas citadas que pican). Volviendo a mi carta, les aviso también que el estilo discutible no se debe a mi incapacidad para verterlo, es más, he intentado reproducir el texto original tal como es. Y dice lo siguiente.

"Buenos días, permítame que le informe de mi deseo de entrar con usted en una relación de negocios. He rezado durante días y días y al final he decidido contactarle a usted, entre muchas otras personas. Pienso que es usted digno de que le encomiende en mi plegaria y, por lo tanto, una persona que puedo honrar con mi confianza y hacer negocios simples y sinceros. Soy Elizabeth Kala, la hija de monsieur Edmond Kala. Mi padre era un gran comerciante de cacao y propietario de oro en Abidján, la capital económica de Costa de Marfil; mi padre fue envenenado por sus socios durante un viaje de negocios. Mi madre murió en 1988 cuando yo era muy pequeña y desde entonces me cuidó mi padre. Antes de la muerte de mi padre en noviembre de 2003 en un hospital privado de Abidján, él me llamó secretamente a su lecho y me reveló que poseía una suma de 12 millones de dólares americanos ($12.000.000) en una compañía de seguridad aquí en Abidján, y que había dado mi nombre como hija y beneficiaria de esos fondos cuando los depositó en esa compañía de seguridad. Me explicó también que había sido a causa de su riqueza por lo que había sido envenenado por sus socios de negocios.

Me aconsejó que buscara un socio extranjero en un país de mi elección donde debería transferir ese dinero para emplearlo en inversiones como la gestión de bienes inmuebles o la gestión de hoteles.

"Habiéndole dicho esto, estoy dispuesta a ofrecerle 15% de mi herencia como recompensa por su esfuerzo tras la retirada de estos fondos de la compañía de seguridad y su transferencia a su cuenta bancaria. Además, usted indica sus opciones para ayudarme, sabiendo que de mi parte tengo fe en que esta transacción se puede hacer lo antes posible. Quisiera recibir su punto de vista sobre esta cuestión, según su disponibilidad.

Gracias. Que Dios le bendiga.

Miss Elizabeth Kala".

Naturalmente, no sé si miss Elizabeth existe de verdad o si es el pseudónimo de un muy astuto señor de mediana edad. Lo que supongo, habiendo leído algo sobre estos mensajes electrónicos, es que si yo consintiera, se me comunicaría que, por razones difíciles de explicar, para poder retirar el dinero de Abidján, debería ingresar una cierta suma como caución o garantía. Cegado por el espejismo de ese 15% (se trata de casi 2 millones de dólares) y quizá con la esperanza de aumentar la suma engatusando a esa ingenua chiquilla, yo mandaría el dinero y después descubriría que la dirección a la que mandaba la correspondencia había sido eliminada, que mi dinero había sido transferido de esa cuenta bancaria quién sabe dónde, y adiós muy buenas. La historia (en absoluto original), aun así, me parece interesante por muchas razones. Ante todo, nos enseña algo sobre las ventajas de la globalización que permite asombrosas transacciones y hace que una chiquilla de Abidján se vuelva tan astuta como un mercader de Esmirna. Segundo, me parece bonita la historia de la joven indígena cuyo padre es envenenado por mercaderes de cacao (olfateo una vaga influencia de las novelas no-de-Maigret de Simenon) y, si fuera un director, haría una película en seguida; no me habléis de una novela, porque lo exótico (y aun menos el exotismo) no es harina de mi costal.

Por último, si circulan mensajes de este tipo y alguien pierde tiempo en enviarlos, es porque, de vez en cuando, o a menudo, alguien muerde el anzuelo. En el fondo, un conocido mío me ha contado que quería comprarse una navegador nuevo para su coche y encontró en Internet uno que vendía navegadores de un stock procedente de una quiebra, a precios de quiebra; mandó el dinero y, por supuesto, no recibió el navegador y el destinatario de la suma se desvaneció en los meandros de la red.

Pues bueno, la persona de la que hablo, ahora jubilado, ha sido director de una empresa, y no es estúpido.

De manera que no hay que asombrarse si alguien les promete a los italianos que a todos ellos los hará tan ricos como él y la gente vota como vota." (el nacional)

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